[su_box title=»Aviso» style=»bubbles» box_color=»#a2e153″ title_color=»#50733d»]Esta entrada contiene spoilers (revelaciones de parte de la trama del libro) así que te recomiendo que si no has leído todavía el libro te abstengas de continuar. [/su_box]

La primera vez que oí hablar de «La Ladrona de Libros» fue a raíz de su inminente adaptación cinematográfica. Cuando adaptan un libro a la gran pantalla suele haber siempre detrás un motivo en particular: el libro se ha vendido mucho.

Es una cuestión de márketing simple: sabes que la gran mayoría de esos lectores van a ser un público asegurado en las salas de cine.

Esto, sin embargo, no es ni mucho menos un indicador de que el libro sea bueno. Ni siquiera decente. Tenemos adaptaciones de libros mediocres: «Ángeles y Demonios» o «Eragon» son las primeras que me vienen a la cabeza.

Con La Ladrona de Libros recibí algunas referencias positivas de la película y del libro así que decidí ponerme manos a la obra con este último.

La novela es, para empezar, un cuento maravilloso. Puede que a algunos les parezca triste por lo cruel de su final, pero es lo que al cine fue en su día La Vida es Bella. Una historia perfectamente narrada. Donde las historias conviven con la crudeza de la guerra, de esa gran guerra que no sólo asoló Europa sino que sacó a relucir las grandes miserias de la condición humana.

Y en esto, Markus Zusak, su autor, se muestra como todo un experto.

Narrada desde la visión de la «Muerte», La Ladrona de Libros nos cuenta la vida de una pequeña niña que ya desde bien temprano ha de enfrentarse a grandes obstáculos y dificultades para poder sobrevivir.

Desde el mismo instante en que conoces a Liesel Meminger te enamoras perdidamente de ella. De su inocencia. De su visión transparente de la vida. Su única arma contra un mundo inexplicablemente cruel e irracional son las palabras y su imaginación. Y gracias a ellas sobrevive.

Liesel es una alemana con unos padres incómodos para un régimen nazi incipiente. Ese es el primer obstáculo que debe sortear y para ello termina en casa de los Hubermann (Hans y Rosa): alemanes de los de verdad, los arios de raza pura que tanto gustaron a la antítesis aria que fuera Adolf Hitler. Pura contradicción.  Bondad y desprecio. Blanco y negro. Eso es la humanidad.

Lo interesante del libro es precisamente lo humano que resulta. Por encima de la locura que llevó al exterminio de millones de judíos, a la muerte de millones soldados en una guerra sin sentido (¿alguna lo ha tenido?), a la posterior represalia a millones de alemanes, muy por encima, sutilmente, mezclándose y apareciendo entre las grietas de la dignidad humana, surgen las personas.

El vecino rubio y ario que se pintó de negro para parecerse a Jesse Owens. ¡Ay Rudy! Para mi ese el PERSONAJE de la novela. En cualquier momento te grita un Heil! Hitler! sin tener la menor de las ideas de lo que en realidad supone gritarlo. Cargado de amor por los que le rodean.  Él es el alemán medio. Él es el ser humano medio.  El que dejó que las cosas sucedieran. ¿Culpable? Sí, es posible. Pero al fin y al cabo también lo somos nosotros permitiendo las tropelías que suceden en nuestro país.

Luego tenemos a los padres adoptivos. El más que adorable Hans y la tierna (aunque severa) Rosa. Son tan entrañables que cuando el escritor decide arrancártelos sin avisar tienes la obligación de odiarlo infinitamente. Son el padre y la madre. El ying y el yang de una familia. Equilibrio a pesar de todo. Y de nuevo son alemanes medios. Alemanes que no alcanzan a entender por qué es obligatorio odiar a alguien por ser moreno, por tener los ojos castaños o unas creencias diferentes.

Y por último está Max. La imagen viva del oprobio, de la sin razón humana, de lo más animal de nuestra condición. Max es judío. Y se acabó. Eso es todo. ¿Buena o mala persona? ¿Inteligente o estúpido?. Eso da exactamente igual. Nació judío y con ello todo lo demás dejó de importar. Porque una sociedad entera, un régimen al completo, creyó ciegamente a un enajenado y sus teorías raciales y lo consideró menos que humano: lo consideró prescindible.

Lo genial es que Max además de judío es un tipo estupendo. Bordea la muerte en tantas ocasiones que asumes que al final también caerá al hoyo. Intentas no acercarte demasiado, sabes que es frágil, intuyes que no durará (es un judío en medio de la Alemania nazi, por favor) pero al final resulta que termina siendo uno de los ejes de la narración.

El libro te atrapa por su narrativa heterodoxa, por sus formas extrañas, por sus giros hacia adelante y hacia atrás. Te seduce. Capaz de destriparte el final y aún así dejarte con la boca abierta con él.

Se ha convertido sin lugar a dudas en uno de mis grandes libros de 2014.

Nota: 9/10