Tenía que pasar.
Analizas un poco con calma lo que ha sido esta temporada y la suma de las últimas tres y en realidad el resultado era bastante previsible.
Llegada.
Cuando aterrizó en Madrid hace tres años, José Mourinho venía con un objetivo muy claro: derrocar a uno de los mejores Barças de todos los tiempos. Tres años después lo que parece el declive futbolístico del Barcelona no se ha producido gracias a la aparición de un Real Madrid todopoderoso sino al paso inexorable del tiempo para su cerebro y corazón: don Xavi Hernández.
Todos recordamos como la euforia de la llegada del «Special One» dejó paso a una vergonzosa manita en el Nou Camp. A Piqué levantando la mano y lo que vino después.
Y se lo perdonamos.
Creímos que sería capaz. Tenía los mimbres: 300 millones y pico de euros después. Era un «winner». Lo iba a conseguir.
Gestionó un cúmulo de derbis rebajándolos a partidillos callejeros donde se veía más a Pepe y a Alves que a Cristiano o a Messi. Donde incluso el ambiente de la selección española peligró hasta el punto que Iker, y aquí quizá empezó a labrarse su porvenir con el luso, tuvo que llamar a Xavi y arreglar las cosas con él como se arreglan las cosas entre amigos.
La Copa.
Después de unos cuantos descalabros más llegó la final de Copa. Y ahí se vio lo que buscaba Mou. Un Madrid físico, rápido, preciso como un estilete, que fue capaz de ganarle a un Barcelona todavía en la cima gracias a un gol del portento que es Cristiano capaz de correr y saltar a los cielos de Mestalla después de más de 100 minutos de partido.
Todos creímos que había llegado el momento. ¡ Ahora sí ! La Décima era el objetivo. Y ese objetivo nos cegó. No vimos cómo José vilipendiaba los valores más profundos de un club que debe estar siempre por encima de sus trabajadores. No vimos cómo usaba al Real Madrid como plataforma publicitaria, como palestra donde ladrar sus miserias y sus pataletas, sus envidias y sus rencores. Pensamos que lo hacía por proteger a sus jugadores. Por centrar el foco en él en lugar de en ellos. Nos equivocamos.
La Liga.
Y llegó la Liga de los 100 puntos. Nos quedamos a las puertas de la final de Champions, sí, pero ganamos la Liga con la mayor cantidad de puntos de la historia. Y eso nos bastó. Nos volvimos a decir: el año que viene cae la Décima. El primer año la Copa, el segundo la Liga, era sensato suponer que éste sería el año de «la orejona». Y nos volvimos a poner la venda en los ojos.
Ese Madrid imbatible empezaba ya a mostrar serias carencias: carencias en defensa y en creación de juego y sólo un Cristiano al que injustamente su carácter y su mala publicidad le han privado de más títulos personales mantenía a flote el barco. Así que no quisimos ver que el Madrid jugaba como un equipo pequeño, como jamás debería jugar el Madrid, al contraataque. Sonreías al escuchar «es el mejor contraataque del mundo» como si se tratase de un halago en lugar de una seria advertencia.
La nada.
Hasta que entramos en 2013, el año en el que todas las circunstancias han confluido hasta llegar a este punto ya insostenible. El Madrid vagabundeó en liga siendo una sombra barata de lo que había sido. El contraataque sólo sostenido por Cristiano no era suficiente. Di Maria tras su renovación sólo dio algunos destellos del jugador que apuntaba maneras. Özil era incapaz de aguantar un partido de 90 minutos. Modric estaba adaptándose. Alonso cada vez podía menos y el Madrid lo necesitaba más. La defensa hacía aguas. Y, lo que clamaba al cielo, el Real Madrid, el de los más de 400 millones de euros de inversión en jugadores, no tenía delantero centro.
Aquí aparece Mourinho y su circo. Algo debió pasar en el vestuario y decidió tratarlo a su manera: públicamente. Se cargó a Casillas y en su lugar puso a Adán con una explicación que sólo se creía él y que aplaudían sus acólitos justificando lo injustificable. Luego la fortuna, que a veces es caprichosa, se alió con él y la lesión de Iker precipitó el fichaje de Diego López. Destronado el santo y seña de el Madrid de los últimos 10 años, empezó a cargar contra otros jugadores conforme le parecía.
Hizo de la desgana su bandera y de Karanka su palmero. Quién te ha visto y quién te ve Aitor. Difícilmente te sentarás otra vez en el banquillo del equipo que tanto defendiste como jugador una vez larguen a tu amo.
Dada la Liga por perdida y con la Copa en el limbo, el Madrid se centró en la Champions. Tras una primera fase irregular fue pasando de ronda gracias a los pocos problemas, salvo ese Manchester al que nos tuvimos que cargar con uno menos, que los equipos le presentaban.
Dortmund fue nuestro Oktoberfest. Llegamos henchidos de ese orgullo que nos sale a veces cuando escuchamos «La Décima», pensando en una posible final contra el Barça y salimos emborrachados de buen fútbol, pero no del nuestro. Salimos con cuatro goles en la espalda, la cara pintada, y otra vez apelando al «espíritu de Juanito», que en 28 años que tengo rara vez ha dado resultado. Tampoco lo dio esta vez.
El fin del ciclo de Mou.
Con la Rúa del Barça campeón de liga todavía reciente en los noticiarios anoche era el momento de salvar una temporada insalvable. La Copa de SM el Rey era un arma de doble filo. Si el Real la ganaba se la infravaloraría por considerarla un trofeo menor. Si la perdía se magnificaría por ser en el Bernabéu y frente al Atlético.
Y volvió a montar el Circo. Con una defensa en la que sólo un Ramos lesionado podría salvarse. Poniendo a Alonso de mediocentro defensivo y con el Benezma más desmotivado que se recuerda en años, el Madrid le plantó cara al «mejor Atlético» de los últimos tiempos que venía de perder en el Bernabéu en uno de los partidos más horrorosos de este año.
Ese es el momento justo en el que toda una temporada, los mensajes, los comentarios, los gestos, el ambiente, pasan factura. Y de aquellos barros, estos lodos. Como muestra el descanso de la prórroga, con un Atlético ganando unido en una piña y un Madrid, sin Mou expulsado ya, cada uno a su aire.
Se consumó el desastre. El Madrid perdía la Copa frente al Atlético en el Santiago Bernabéu. Ya tienen los colchoneros para otros 20 años de desdichas. Lo doloroso fueron las formas. Ver al Madrid desquiciado, volviendo a apelar a la épica. Con Cristiano incontrolable en la caseta antes de tiempo y el entrenador anfitrión sin subir a felicitar al vencedor. Ese no es el Real Madrid Club de Fútbol.
El de ahora es un equipo roto. Incapaz de saber a qué juega. Marcado por un técnico que suple su falta de liderazgo con un exceso de camorrismo. Que intenta compensar su evidente incapacidad de jugar un fútbol vistoso con kilos y kilos de músculo. Anoche las vergüenzas del «Special One» quedaron expuestas ante más de 80.000 seguidores en vivo y unos cuantos millones más por televisión.
Ahora Mou dice que la temporada es un fracaso mientras cierra la maleta con destino a las islas británicas, allí donde tanto le desean que no están dispuestos a pagar ni un duro por él. No, querido José, el fracaso eres tú.