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Rituales

De un tiempo a esta parte he experimentado una fascinación especial por comprender muchos de los procesos asociados con la producción.

Desde el artesano japonés que dedica toda su vida a perfeccionar el arte de crear pinceles caligráficos hasta la gestión de pedidos en un Dunkin Donuts. Todas estas actividades comparten, en esencia, la puesta en valor de las rutinas.

Rutinas vs Rituales

Todo proceso conlleva necesariamente manejar rutinas establecidas.

Leí hace poco una frase que me encantó. Decía algo así como «un ritual es una rutina con significado para ti». Eso me hizo reflexionar sobre cómo los rituales terminan siendo fundamentales para aquellos que convierten una actividad en su pasión.

El ritual es una sucesión de acciones que representan algo. A diferencia de una rutina, un ritual no requiere un fin específico ni tiene por qué ir enfocado a un objetivo determinado, pero sí que exige que el completarlo tenga cierta trascendencia.

El ritual ha sido la forma que hemos tenido toda la vida de transmitir un mensaje. Ya sea a una comunidad, como a nosotros mismos.

Está tanto en la coreográfica ceremonia católica ejecutada al milímetro durante una misa, como en esa copa de vino tinto que se sirve mi padre justo antes de disfrutar de una buena comida.

Rituales que nos dirigen

Que un ritual no tenga un objetivo definido no implica que no podamos utilizarlo como mecanismo para alcanzar nuestras metas.

Si un ritual nos transmite un mensaje, ¿por qué no modular ese mensaje en nuestro beneficio? Podemos emplear el ritual para predisponernos hacia una tarea o, como mínimo, hacia una dirección determinada.

Para lograrlo, podemos convertir muchas de nuestras rutinas en rituales si les otorgamos un verdadero significado. Si vinculamos la acción con la emoción.

Acción y Emoción

Aquí está el elemento fundamental. La acción, entendida como la acción voluntaria, es un proceso que ejercemos de forma consciente y que, generalmente, está dirigido por nuestro lóbulo frontal.

En cambio, las emociones surgen de forma inconsciente desde otra parte completamente distinta de nuestro cerebro: amígdala, hipotálamo, etc.

Son dos circuitos independientes que puede ir de la mano si se aprende a relacionar la accion con la emoción. De esta manera, a través de este vínculo, desencadenar comportamientos, siguiendo un poco la idea de Albert Ellis y su Terapia Racional Emotiva Conductual.

Rituales en la vida real

La conclusión de todo esto es que quiero probar estas ideas en mi día a día.

Por ejemplo, justo antes de irme a dormir, quiero tratar de asociar todas esas pequeñas acciones que realizo casi de forma automática con un sentido real.

Quiero convencerme de que todo ese pequeño proceso desemboca en una sensación de placer cuando, después de un largo día, por fin me permito descansar.

Y ahí agregar aquellos pequeños pasos que quiero que doten de verdadero valor al ritual: diez minutos de lectura, dejar todo listo para el día siguiente… Cualquier cosa que me haga sentir que el proceso tiene sentido.

Igual es la enésima ida de olla que me viene de tanto mezclar filosofía, psicología y productividad barata de mercadillo.

Pero imagínate que funciona.

La Incertidumbre

Enfilamos el último mes de un 2023 que ha tenido muchas cosas y, para ser honestos, la mayoría buenas.

Acaba, además, obligándome a enfrentarme a una de esas pesadas piedras que siempre he llevado en mi mochila: la intolerancia a la incertidumbre.

Cuando todo es incierto, nada es incierto

Como seres humanos, nuestro neocortex nos proporciona una serie de capacidades avanzadas que nos han convertido en la única especie soberana de la Tierra, o eso se nos supone.

Entre muchas de esas habilidades destaca la de la toma de decisiones. Nuestra capacidad de razonamiento, al igual que la de un ordenador, no es infinita, y esto nos obliga a buscar zonas de seguridad donde la mayoría de nuestro contexto se perciba bajo control.

He escogido con cuidado las palabras en la última expresión porque no existe nada bajo control, sino la percepción de que lo está.

Esto se ha convertido en pieza clave para nuestro desarrollo mental y emocional.

Por eso, cuando nos sobrevienen circunstancias que alteran significativamente nuestro contexto (digamos que lo «descontrolan»), nuestro cuerpo buscará recobrar el equilibrio o homeostasis mediante mecanismos de estrés: liberará aquellas sustancias necesarias para ponernos en alerta y conducirnos a recuperar nuestra tranquilidad.

Cultivando la tolerancia

Albert Ellis sostenía en su teoria que el elemento fundamental que guía nuestro comportamiento y, en definitiva, sus consecuencias, son nuestras creencias.

Y es ese el único elemento que tenemos la capacidad de modificar. Pese a todo el empeño que le pongamos a pretender controlar el contexto, se trata de una batalla perdida de antemano que solo nos puede traer frustración.

Es en la arena de las creencias, donde el combate es mucho más favorable para nosotros.

La incertidumbre, así, deja de ser algo contra lo que luchar para pasar algo que saber gestionar. Cómo afronto aquellas situaciones donde la incertidumbre, la situación con un control limitado, lo desconocido, juegan un papel importante, va a ser la esencia para vivir una vida emocional mucho más saludable.

El método: exposición

Y cómo mejoramos nuestra tolerancia, como modificamos esas creencias que nos llevan a conductas tóxicas: como sucede con muchas de las experiencias negativas limitantes, con exposición.

La exposición en psicología es una terapia que ayuda a las personas a enfrentar y manejar sus miedos o ansiedades, exponiéndolas de manera segura y gradual a las situaciones que los causan. Es un método efectivo para superar fobias u otros comportamientos ansiógenos.

Mucha parte de las técnicas congintivo-conductuales fundamentan gran parte de su eficacia en este concepto y hay mucha literatura y experimentación detrás que sustentan su efectividad.

Mi caso personal

La forma que he tenido durante este mes de lidiar con esa necesidad de controlarlo todo ha sido permitir, de forma relativamente controlada (por irónico que parezca), cierto descontrol.

Eso me ha servido para aprender mediante la experiencia directa a lidiar con lo inesperado, reducir la necesidad de tenerlo todo planeado y aceptar que el contexto es incontrolable.

No siempre ha funcionado y he de reconocer que ha habido momentos en los que la situación ha parecido superarme, pero, como todo en esta vida, el tiempo es la herramienta definitiva para suavizar emociones, tanto las positivas como las negativas. Y el tiempo me ha permitido superar hasta esas situaciones y recoger cierto aprendizaje de ellas.

Creo que es la mejor forma de ir reconfigurando mi cerebro para alejarme de comportamientos controladores y poder flexibilizar mi forma de comprender la vida.

Y tú, ¿cómo lidias con la incertidumbre?

El equilibrio entre teoría y práctica

Una de las dudas más repetidas a lo largo de toda mi etapa educativa (que ya dura más de 20 años) ha sido la relacionada con la metodología a la hora de enfocar la adquisición de una nueva habilidad.

En concreto encontrar la respuesta a qué es más necesario al comienzo, una profunda base teórica que nos proporcione seguridad en el conocimiento o enfocarnos en el apartado práctico y en los resultados que la experiencia nos facilita.

La teoría es necesaria, pero no te vuelvas loco.

La teoría es asesinada tarde o temprano por la experiencia.

Albert Einstein

Una primera aproximación exige establecer unos mínimos. De nada sirve ejercitar una habilidad si desconocemos lo básico sobre ella. Por eso es fundamental que nos obliguemos a asegurar una base sólida de conocimiento.

Esto nos va a permitir aventurarnos en el terreno práctico con garantías de éxito.

No obstante, hay que tener cuidado con no abusar de esta fase. Debemos huir de la trampa de una autoexigencia desmedida que nos bloquee el progreso.

Hay un determinado momento en el que el esfuerzo en adquirir nuevos conocimientos va a tener un impacto cada vez más limitado en nuestra habilidad con la materia.

Será entonces el momento de poner en práctica la teoría.

Practica todo lo que puedas, pero sabiendo lo que haces.

Necesaria es la experiencia para saber cualquier cosa

Séneca

Una vez adquirida una base consistente de conocimientos debemos dar el paso de ponerlos a prueba.

La práctica es, en esencia, la consolidación de la teoría a través de la experiencia.

Y es en la experimentación donde reconoceremos las carencias teóricas que necesitamos resolver.

Es por eso que, al igual que sucedía con la teoría, debemos afrontar esta fase con las garantías necesarias: de poco sirve lanzarse a practicar sin saber qué estamos haciendo.

Experimentar no es sinónimo de hacer, sino de probar, y las diferencias entre ambas acciones son notables: el ejercicio de la experimentación exige un conocimiento previo y una idea clara de qué conocimientos buscamos evaluar o adquirir.

Sólo así la práctica tendrá un peso específico en el propósito de adquisición de una habilidad. Seremos más eficientes y alcanzaremos nuestros objetivos en menor tiempo y con menor esfuerzo.

El equilibrio se adquiere con el tiempo.

A pesar de que pueda parecer sencillo, alcanzar ese punto de equilibrio entre teoría y práctica no es sencillo: depende de muchos factores, entre ellos, nuestra propia forma de adquirir conocimientos. Para algunos, unas pocas horas de teoría serán suficientes antes de lanzarse a probar cosas. Para otros, en cambio, esta primera fase exigirá más dedicación.

Lo fundamental es que, sean cuales sean nuestros tiempos, se trate de un proceso controlado. Sepamos en todo momento dónde estamos, qué buscamos encontrar y hacia dónde nos dirigimos.

A partir de ahí, todo se reduce a asegurarnos de que disfrutamos del proceso.

La diferencia entre perder el tiempo y disfrutar del tiempo libre

Nos encontramos ante un momento de nuestra historia en el que el tiempo, o más bien su uso, se ha convertido en un elemento capital de nuestra rutina diaria.
Son cientos los profesionales, y no tan profesionales, que dedican sus esfuerzos a explicarnos cómo gestionar mejor nuestro tiempo.

Son miles las teorías, los métodos, las apps, que han venido a revolucionar nuestra forma de manejarlo, que nos aseguran cumplir la lista de objetivos interminable que nos han dicho que debemos cumplir.

Todo este enorme circo se basa en una necesidad construida con el tiempo y al abrigo de intereses ajenos.

No necesitamos aprovechar el tiempo

La realidad más simple es esa. No nacemos con la obligación natural de hacer que nuestro tiempo sea eficiente. Es un concepto adquirido y, por desgracia, distorsionado.

Hemos trasladado las obligaciones laborales a la parcela personal hasta convertir el tiempo que nos dedicamos a nosotros en una carga más.

La sociedad capitalista ha cristalizado completamente, alargando sus tentáculos ideológicos hasta cubrir cada instante del tiempo de nuestras vidas. Ya no se trata de que produzcas y consumas, se trata de que lo hagas en cualquier momento del día.

A esta imagen distorsionada del aprovechamiento vital han contribuido, como era de esperar, la cultura audiovisual y los medios, empeñados en mostrarnos historias de «éxito» directamente relacionadas con su capacidad de esfuerzo y dedicación constante. Hombres y mujeres que han logrado tocar lo más alto por haber sido capaces de aprovechar su tiempo.

La clave de todo la tiene esa palabra: aprovechar.

¿Qué significa aprovechar?

Etimológicamente, aprovechar significa estar cerca del provecho, que se entiende como un beneficio, producto, lucro o ganancia. Ahora pregúntate qué entiendes por lucro o ganancia.

Como prácticamente todo aquello que nos mueve y nos motiva en esta vida, nuestra perpeción de las cosas es fundamental en el desarrollo de nuestros comportamientos.

Si siempre hemos visto, oído o leído palabras como lucro, ganancia o producto, asociadas a una temática puramente económica, no es difícil aventurar que hemos vinculado esos conceptos.

Pero un beneficio, una ganancia, también puede ser disfrutar de un rato tirado en el sofá sabiendo que no tienes nada que hacer.

Una buena rentabilidad también debería entenderse como el equilibrio entre una larga jornada laboral y un buen rato de desconexión, de no hacer absolutamente nada.

Es difícil disfrutar del tiempo si sientes que lo estás perdiendo.

Y, sin embargo, ese aprendizaje temprano del provecho como lucro económico hace que muchos sintamos que perdemos el tiempo si no hacemos algo de nuestra lista de tareas pendientes.

Hemos estigmatizado aburrirnos por considerarlo lo opuesto a sacar beneficio del tiempo, cerrándonos la puerta a una mayor capacidad de reflexión y de creatividad.

El tiempo libre es entendido, así, como un depósito finito de oportunidades para alcanzar tu sueño. No hacer nada, o hacer algo que no tenga ligado directamente un lucro o un beneficio, que te acerque más a ese falso éxito, es abrir el grifo del despósito y verlo vaciarse.

De esta forma se produce la pardoja de que, a pesar de preocuparnos por disponer de tiempo libre, no sabemos disfrutar de él cuando lo tenemos. O incluso lo reconvertimos en tiempo de trabajo, para aliviar el sentimiento de pérdida. Nos aterra perder el tiempo. Nos asquea aburrirnos.

Por eso todos esos gurús, todas esas metodologías mágicas, insisten en que llenes tu tiempo libre, que lo bloquees de posibles distracciones, que lo midas hasta el segundo para no dejar escapar ni un mínimo de esa productividad ficticia.

En mi caso todavía sigo en el proceso de desaprender esa idea distorsionada que he tenido siempre acerca de lo que verdaderamente significa aprovechar el tiempo.

Son muchos años los que me ha costado entender que disfrutar de tu tiempo se reduce, sencilla y llanamente, a hacer aquello que te apetece, sin preocuparte por nada más.

La ausencia de preocupación.

Ahí radica la clave que hace que el tiempo libre tenga su correspondiente valor asociado: entenderlo como una forma de desligarte de una realidad apresurada y medida en función de tus obligaciones.

Basta solo eso, arrancar de raíz esa sociedad entre acción y retorno, entre comportamiento y resultado.

No todo lo que hacemos tiene que tener un fin, tiene que tener un objetivo, tiene que devolvernos algo. Hay muchas, muchísimas cosas en la vida cuyo beneficio, cuyo provecho, cuyo valor intrínseco se circunscribe al placer de poder realizarlas.

La próxima vez que te tires en el sofá a cambiar de canales sin rumbo fijo, prueba a sentir que disfrutas de la sencillez de no estar haciendo nada.