Cuando nos enfrentamos a un proyecto de desarrollo en cualquier entorno (Android, iOS, Web, Java, etc.) tenemos que tener muy en cuenta que existen una serie de pasos críticos y que, pese a que puedan suponer perder tiempo en un principio, al final van a resultar fundamentales en el éxito del desarrollo.
Uno de estas fases es la diseño funcional.
El diseño funcional
Para empezar tenemos que saber qué es el diseño funcional.
Básicamente el diseño funcional es el redactar en un documento más o menos definido cómo se va a comportar nuestra aplicación: es decir, cómo va a funcionar.
Aunque parezca una idea trivial, no tiene nada que ver aquello que tenemos en nuestra cabeza con aquello que luego terminamos plasmando en el papel. Cuando nos surge la idea en realidad son muchas funciones que coexisten (e incluso que se solapan) puesto que nuestra imaginación fluye libremente.
Pero una vez nos enfrentamos con el documento en blanco la cosa cambia: concretamos funciones, definimos exactamente lo que queremos hacer y cómo queremos que nuestra aplicación responda acotando claramente cada una de las características de la misma.
Por eso, durante el proceso de creación de este documento debemos tratar de ser lo más concisos que podamos, evitando cualquier tipo de ambigüedad y buscando que cada iteración o característica añadida en nuestro proyecto sea lo más simple y clara posible.
Consejos a la hora de redactar un Diseño Funcional
Una buena práctica a la hora de trabajar con este tipo de documentos es plantearnos la posibilidad de que sean otras personas las que tengan que leerlos, entenderlos e incluso llevarlos a cabo.
Empleando esta técnica procuraremos ser más concretos y obviaremos definiciones que dependan de nuestro juicio o de nuestros conocimientos. Esto nos va a resultar útil cuando pasadas unas semanas y en pleno proceso de desarrollo no recordemos exactamente cuál era la finalidad o el objetivo de determinada parte de nuestra aplicación: en el diseño funcional la tendremos definida.
Planificación y Acción
Siempre he defendido que debe existir un equilibrio entre planificación y acción: no tiene sentido alguno lanzarnos locamente a desarrollar partiendo de la nada y andar programando a salto de mata como tampoco tiene lógica pasarnos meses planificando sin actuar. Hay que buscar la eficiencia de procesos: planificar en un corto lapso de tiempo y, una vez con las ideas claras, poner en marcha nuestro plan.
Ya sabéis: no hay viento favorable para aquel barco que no sabe hacia dónde se dirige, pero cualquier camino de 1000 pasos empieza por el primero. Planificación y acción.