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Reseña: La Trilogía de Trajano (Santiago Posteguillo)

Por fin, después de unos cuantos meses, tuve el placer de acabar con la inmensa trilogía que Santiago Posteguillo le dedica a la figura de Macro Ulpio Trajano, el gran emperador hispano de Roma.

La mezcla entre historia novelada e información historiográfica hacen de las tres novelas, en su conjunto, una obra de proporciones titánicas que demuestra el esmero y el esfuerzo que el autor ha puesto para dotar de verosimilitud a la narración. Las múltiples líneas argumentales entretejen una historia de amor y traición, de ascenso al poder y de caída con el trasfondo de uno de los momentos de mayor expansión militar del Imperio Romano.

Santiago Posteguillo, con una prosa dinámica y con un marcado acento cinematográfico en muchos de sus capítulos, nos cuenta en la Trilogía de Trajano una especie de biografía del gran militar y político que fue Marco Ulpio Trajano. De su nacimiento e infancia en tierras andaluzas a su posterior desempeño militar como tribuno en el norte de Europa para, finalmente, relatar su ascenso político alcanzado el poder supremo del mundo como emperador romano.

La Legión Perdida, último de los volúmenes de esta trilogía, debe su nombre al mito de la Legión que Craso, cien años antes de la llegada al poder de Trajano, llevó a tierras partas y que perdió en uno de los momentos más infames que recordaría el pueblo romano. El mismo Marco Licinio Craso perecería en aquella batalla en Carras y así daría inicio a una leyenda que perseguiría, cual fantasma, a todos los intentos del Imperio por cruzar el Éufrates.

Esa misma legión perdida es la que se enrosca entre las idas y venidas de la etapa final del emperador Trajano, esa misma historia, repetida cien años después, pero con sabor a amarga victoria de las tropas romanas. Partia caería, y los límites del Imperio Romano alcanzarían una extensión que jamás volverían a ver.

Pero Roma jamás estuvo preparada para gestionar un imperio de tales dimensiones y la muerte de Trajano trajo la contracción de un imperio que empezaba su lento viaje hacia la desaparición.

La Trilogía de Trajano ha sido mi primer contacto con el trabajo de Santiago Posteguillo y he de reconocer que sus tres novelas son apasionantes. Están plagadas, en algunos momentos con algo de exceso, de referencias históricas que le permiten sumergirse en la Roma imperial y acercarse a la figura humana de sus emperadores y, en especial, al magnetismo y la capacidad estratégica de Marco Ulpio Trajano, uno de los más grandes emperadores que tuvo jamás el Imperio Romano.

Como bien diría Domicia Longina en las últimas páginas de la novela: “Trajano fue un emperador demasiado grande para una Roma demasiado pequeña”.

Nota: 8/10

Márketing histórico

Resulta terriblemente curioso lo importante, a lo largo de la historia de la Humanidad, que ha sido la imagen para todo tipo de escenarios políticos y bélicos.

En una época en la que parece que denostar todo lo que contenga la Marca España se ha convertido en una moda más y donde en el mundo entero se nos reconoce más por el maltrato al toro y las palmas que por nuestros muchos e importantes logros, me ha parecido relevante el hecho de que lo que mostramos al mundo, cómo se nos conoce, tiene más que ver con nuestras dotes, y las del resto del mundo, para vender nuestra imagen que con los logros en sí mismos.

Todo esto viene a que muchos (sobretodo británicos) recuerdan la famosa batalla donde la Armada Invencible fue derrotada por tropas inglesas y que, según ellos, supuso una victoria decisiva de la flota inglesa, cuando al final de esa guerra el tratado de paz resultó favorable para España.

Sin embargo pocos, o prácticamente nadie, recuerda la importante victoria española durante el Sitio de Cartagena de Indias (1741) donde, al más estilo 300, entre 3.000 y 4.000 soldados españoles derrotaron a una flota de cerca de 30.000 soldados británicos.

La historia resulta curiosa, ya no sólo por lo épico de la misma, sino por el hecho de que, creyéndose vencedor por la importante diferencia numérica, sir Edward Vernon, comandante de las fuerzas británicas, envío una carta a las autoridades de las islas asegurando que se había producido la victoria. Por este hecho existen varias monedas inglesas acuñadas con imágenes de la inexistente victoria del ejército británico sobre el español.

Al final, resultó que el comandante español, Blas de Lezo, les dio un repaso estratégico a los ingleses y no sólo mantuvieron la ciudad sino que derrotaron a la flota británica.

Pero, ¿quién recuerda a Blas de Lezo? ¿dónde está esa plaza al estilo "Trafalgar Square" con su estatua coronándola?

Imagen, señores. Y ahí, los españoles, llevamos muchos, muchos años perdiendo la batalla.


Si queréis saber más del tema, además de la Wikipedia, tenéis algunas novelas históricas que versan sobre esta épica batalla:

  • La conjura de la mentira – Ramiro Ribas Narváez
  • El héroe del Caribe – J. A. Pérez-Foncea (Libro en Amazon)

Adios a Spartacus

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El fin de semana pasado Starz emitía el último capítulo de la serie Spartacus: Sangre y Arena, la controvertida recreación histórica de la vida del esclavo romano Espartaco y sus guerras contra la República de Roma.

Digo controvertida porque en un afán de realizar un acercamiento a la cruda realidad de la civilización de la época la serie adolece de un exceso de sangre y escenas de alto contenido erótico que la hacen alejarse de un público más general. Y tal vez esta forma de hacer diferentes las cosas es lo que ha hecho que se convierta en una serie especial.

Capaz de sobrevivir a la enfermedad y posterior muerte de su actor protagonista: Andy Whitfield (39 años), mantuvo unos índices de audiencia más que aceptables y fue, en el periodo de convalecencia de Andy, capaz de desarrollar una interesante precuela: Spartacus, Dioses de la Arena.  En ésta el papel protagonista recaía en la figura de Gannicus, uno de los más fieles compañeros de Espartaco en su cruzada contra la esclavitud romana.

En su conjunto la serie es una interesante mezcla de excesos con contenido histórico en la que en algunos momentos te sientes sumergido en la desagradable realidad de una sociedad como la romana previa al Imperio de César. La decadencia, la codicia, el desprecio por la vida humana, los anhelos de los desfavorecidos y el poder casi ilimitado de la casta política, son los ingredientes sobre los que se entretejen las historias personales de los grandes personajes de Spartacus, Sangre y Arena.

En otros momentos, sin embargo, la reiteración de planos realizados con CGI y el abuso de cámara lenta, heredado de la maravillosa 300 de Zack Snyder, terminan por marearte y sacarte de lleno del contexto en el que se desarrolla la historia.

Las primeras dos temporadas te acercan bastante más a la realidad de la Roma (o la Capúa en este caso) de aquellos tiempos y se hacen interesantes gracias a su ritmo e historias secundarias mientras que la tercera y última se trata más bien de un intento, notable pero justito, de darle un final decente a la serie.

El vacío, eso sí, que deja en mis fines de semana, es complicado que lo llene alguna de las actuales producciones en la parrilla.

There is no greater victory than to fall from this world as a free man.

One day Rome shall fade and crumble, yet you shall always be rembemered.

Ay… alma de cántaro

Estás como el alma de Garibay.

Leyendo uno de los estupendos artículos sobre la actual situación económica internacional que publica escolar.net, he llegado a esta curiosa y graciosa frase que me ha hecho investigar un poco sobre ella.

Esteban Garibay y Zamalloa fue un eminente historiador vascongado, a quien Felipe II, rey de España, llamó a Valladolid para que ocupara los cargos de bibliotecario de cámara y cronista del reino. Falleció en 1599, habiéndose distinguido con muchos méritos en esa labor historiográfica. Pero su leyenda y aparición en el refranero español viene de una parte menos conocida de su historia.

Se dice que «está como el alma de Garibay» es un modismo que quiere significar la falta de estabilidad, de lugar fijo o adecuado a la condición social, moral o física de una persona. También suele aplicarse tal locución a los individuos vacilantes, boquiabiertos, irresolutos o totalmente abúlicos. Esta frase, repetida desde el siglo XVI, se refiere a la figura de un supuesto noble vascongado que fue objeto de los amores de una mujer fea, vieja, maldiciente, chismosa, avara, contrahecha y vengativa, a la que correspondió con excesiva benignidad. Una vez muerto Garibay, añade la leyenda (que rescata, entre otros autores, Miguel Ángel de Quevedo), en el cielo no le admitieron por pecador y en el infierno tampoco le dieron entrada por imbécil.»