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Reseña: En la arena estelar – Isaac Asimov

Ser fan absoluto de un determinado escritor no debe ser un obstáculo para observar su obra con espíritu crítico. Es saludable reconocer aquellas propuestas que no cumplen lo esperado o que se quedan lejos de lo que uno está acostumbrado.

El genio inconfundible de Isaac Asimov parece tener ligado uno de los más grandes estándares de calidad en sus novelas de ciencia ficción. Sucede que, a veces, y solo muy a veces, esos estándares pueden no terminar de alcanzarse.

Así pasa en «En la arena estelar», la primera de las precuelas de la Fundación que Asimov escribe el mismo año que la primera de las novelas de la trilogía, pero que se queda orbitando a años luz de ésta.

Se atisban lo que suelen ser las características que definen las novelas de Asimov: tecnología, personajes con potencia narrativa, estructura y giros en la narración. Pero todo es superficial, todo se queda en un quiero y no puedo, en un intento por llegar a algún sitio que, a la postre, no existe.

Una historia endeble con unos personajes predecibles

Biron Farrell es un joven que acude a la Tierra en busca de información. Un intento de asesinato desencadena una reacción de situaciones que le llevarán a diferentes mundos, participar o ser espectador de altas traiciones y de manipulaciones políticas mientras el segundero de un reloj consume los últimos instantes de su huída hacia adelante.

Sin embargo, pese a esta buena premisa, todo es predecible: los personajes, tanto el propio Biron como Artemisa oth Hiniriad, heredera al trono de uno de los planetas más importantes de la galaxia, son moldes tan prototípicos que conoces su desarrollo y desenlace casi desde el momento en el que te los presentan.

No siempre se gana

Toda la historia hace aguas por su excesiva simplicidad. Incluso el final, gran arma de Asimov en casi toda su extensa bibliografía, se diluye como un triste azucarillo en un vaso de agua a medio llenar: acabas, aceptas la derrota casi por primera vez, y confías en que la siguiente novela reconstruya este desastre.

Nota: 5 / 10.

Reseña: Robots e Imperio – Isaac Asimov

Cuando escuchas tantas y tantas veces que Isaac Asimov (Petrovichi , 1920 – Nueva York, 1992) es uno de los grandes padres de la ciencia ficción tal vez sea por alguna razón de peso.

Ayer pude por fin dar por concluidas las dos grandes sagas que han caracterizado la obra de Asimov: La saga de la Fundación y la saga de los Robots.

Con Robots e Imperio, cuarto libro de esta genial tetralogía robótica, Isaac Asimov termina de tejer ese inmenso telar en el que conecta a las dos sagas de una forma tan sencillamente genial que al leer la última de las palabras de este último libro uno no puede evitar suspirar un íntimo: ¡Pero qué jodido genio!

Porque te das cuenta de que estás ante una obra de proporciones descomunales.

Lo he dicho mil veces y lo repetiré otras tantas mientras pueda: El ciclo de Trantor (los primeros tres libros de la saga de la Fundación) son, a mi parecer, Ciencia Ficción en estado puro directamente en vena: ritmo trepidante, conceptos que te hacen reflexionar y que a priori no chirrían con la ciencia actual y una historia digna de ser contada.

Los dos siguientes, que concluyen la saga, mantienen el nivel pero lo elevan a un concepto más metafísico.

Eso, exactamente eso, ocurre en Robots e Imperio. Mientras que en los tres primeros libros de la saga el lector es introducido en un mundo donde las leyes de la robótica rigen a unos seres que apoyan a la raza humana en su expansión y las tensiones que hay entre los defensores y detractores de esta estrategia, en este último son los conceptos más filosóficos los que entran en lidia.

Las tres primeras novelas de la saga son protagonizadas por Elijah Bailey, un terrícola reacio a tener contacto con robots pero que terminará siendo muy amigo del robot humanoide R. Daniel Olivaw. Ambientadas en distintos mundos en expansión, o en la propia Tierra, el núcleo de la historia gira entorno a algún caso policíaco a resolver.

En Robots e Imperio han pasado ya unos cuantos años y nuestro querido Elijah ha pasado a mejor vida (impagable la escena que representa la despedida entre Daniel y Elijah, digna de ser rodada) y ahora los grandes protagonistas de la historia son dos robots: R. Daniel Olivaw y R. Giskard Reventlov.

Esto supone un gran desafío para Asimov desde mi punto de vista: hacer que la historia gire entorno a dos robots con las limitaciones que ambos tienen resulta peligroso para mantener la credibilidad científica de la historia. Sin embargo las conversaciones entre éstos superan este obstáculo con solvencia: son creíbles y tremendamente reveladoras.

Análisis acerca de la utilidad de los robots en una sociedad como la humana y los peligros que ellos representan. La problemática de una Tierra como santuario plagado de supersticiones que ralentiza la expansión humana en la Galaxia. El peligro de la aparición de otras razas inteligentes que pongan en serio compromiso esta expansión. La misteriosa creación de la Ley Cero, una ley que gobernaría al resto.

Todos estos temas, y otros tantos más son debatidos a lo largo de la novela mientras que sutilmente el escritor nos dirige al punto donde el círculo se cuadra: ambas sagas por fin tienen un nexo de unión donde todo trasciende. Así, miles y miles de años más tarde, cuando el intrépido Golan Trevize abordo de su nave antigravítica alunice y se encuentre con el robot Daneel Olivaw, toda aquella conversación, todos sus matices, todos los enigmas que se fueron creando en ambas sagas, por fin, tendrán su debida respuesta.

Amigo Daneel, ya he dejado de maravillarme ante la capacidad de la mente humana de mantener dos emociones opuestas simultáneamente. Me limito a aceptarlo.

R. Giskaard Reventlov.

Indispensable.