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Eclipses

Esta madrugada se ha producido un eclipse lunar, ese fenómeno en el que la Tierra se coloca entre la Luna y el Sol y proyecta su sombra sobre la primera produciendo el extraño efecto de hacer desaparecer a nuestro satélite del firmamento.

Más allá de lo interesante del acontecimiento astronómico, es curioso como muchos de nosotros también sufrimos nuestros propios eclipses.

Al igual que sucede con los eclipses lunares, algo o alguien aparece en nuestras vidas y se coloca entre nosotros y nuestra fuente de luz, nos proyecta su sombra y nos termina por distorsionar. Nos aleja de nosotros mismos y nos convierte en alguien desconocido.

Los eclipses personales tienen un componente de riesgo añadido: pueden llegar a ser permanentes. Si los mantenemos, si les dejamos echar raíces, nos pueden llevar a desdibujarnos y hacernos perder parte de nuestra identidad.

Tal y como pasa con los eclipses lunares o solares, que pueden ser predichos con cierta antelación, también los eclipses personales se pueden detectar antes de que sucedan. Aquellos que nos rodean pueden llegar a ver algunos signos que los preceden e incluso llegar a advertirnos. Lo complejo de los eclipses personales es que, aun habiéndolos identificado, resulta difícil salir de ellos.

Pero no todo es negativo. Si logramos escapar suelen dejar un poso de aprendizaje en nosotros, una especie de cicatrices o cráteres en nuestra personalidad, que nos alejan de futuros fenómenos de características similares al sensibilizarnos ante sus síntomas. Fortalecen nuestra identidad y nos dan la oportunidad de aprender a enfrentarnos a los vaivenes de la vida con una mayor sensación de control de nuestras emociones.

Coincide que esta madrugada hemos podido ver, además, lo que se conoce como Luna de Sangre. Se trata de una peculiaridad de algunos eclipses en los que la Luna aparece completamente teñida de rojo.

Esta alteración lunar, muchas veces asociada a fenómenos esotéricos o mágicos, tiene detrás, en realidad, una explicación científica: la Tierra filtra la amplia mayoría de frecuencias de la luz del Sol pero deja pasar la luz roja.

Y así, como le sucede a la Luna, nuestros eclipses deciden seleccionar qué filtran y descartan de nuestra personalidad y qué dejan pasar. Aunque aparentemente nosotros seamos los mismos, nuestros eclipses terminan desfigurándonos, convirtiéndonos en caricaturas de lo que un día fuimos o de lo que verdaderamente queremos ser. Envuelven nuestra existencia de esa atmósfera ilusoria y nos venden realidades propias de un anuncio de teletienda.

Los eclipses lunares son acontecimientos únicos, de alguna manera, como también son los personales: un momento donde lo místico se funde con lo científico y uno no es capaz de encontrar la frontera entre lo lógico y lo emocional, donde es sencillo perderse y donde lo más importante, como en casi todo en esta vida, es no alejarnos demasiado del faro de nuestra identidad.

Reseña: Robots e Imperio – Isaac Asimov

Cuando escuchas tantas y tantas veces que Isaac Asimov (Petrovichi , 1920 – Nueva York, 1992) es uno de los grandes padres de la ciencia ficción tal vez sea por alguna razón de peso.

Ayer pude por fin dar por concluidas las dos grandes sagas que han caracterizado la obra de Asimov: La saga de la Fundación y la saga de los Robots.

Con Robots e Imperio, cuarto libro de esta genial tetralogía robótica, Isaac Asimov termina de tejer ese inmenso telar en el que conecta a las dos sagas de una forma tan sencillamente genial que al leer la última de las palabras de este último libro uno no puede evitar suspirar un íntimo: ¡Pero qué jodido genio!

Porque te das cuenta de que estás ante una obra de proporciones descomunales.

Lo he dicho mil veces y lo repetiré otras tantas mientras pueda: El ciclo de Trantor (los primeros tres libros de la saga de la Fundación) son, a mi parecer, Ciencia Ficción en estado puro directamente en vena: ritmo trepidante, conceptos que te hacen reflexionar y que a priori no chirrían con la ciencia actual y una historia digna de ser contada.

Los dos siguientes, que concluyen la saga, mantienen el nivel pero lo elevan a un concepto más metafísico.

Eso, exactamente eso, ocurre en Robots e Imperio. Mientras que en los tres primeros libros de la saga el lector es introducido en un mundo donde las leyes de la robótica rigen a unos seres que apoyan a la raza humana en su expansión y las tensiones que hay entre los defensores y detractores de esta estrategia, en este último son los conceptos más filosóficos los que entran en lidia.

Las tres primeras novelas de la saga son protagonizadas por Elijah Bailey, un terrícola reacio a tener contacto con robots pero que terminará siendo muy amigo del robot humanoide R. Daniel Olivaw. Ambientadas en distintos mundos en expansión, o en la propia Tierra, el núcleo de la historia gira entorno a algún caso policíaco a resolver.

En Robots e Imperio han pasado ya unos cuantos años y nuestro querido Elijah ha pasado a mejor vida (impagable la escena que representa la despedida entre Daniel y Elijah, digna de ser rodada) y ahora los grandes protagonistas de la historia son dos robots: R. Daniel Olivaw y R. Giskard Reventlov.

Esto supone un gran desafío para Asimov desde mi punto de vista: hacer que la historia gire entorno a dos robots con las limitaciones que ambos tienen resulta peligroso para mantener la credibilidad científica de la historia. Sin embargo las conversaciones entre éstos superan este obstáculo con solvencia: son creíbles y tremendamente reveladoras.

Análisis acerca de la utilidad de los robots en una sociedad como la humana y los peligros que ellos representan. La problemática de una Tierra como santuario plagado de supersticiones que ralentiza la expansión humana en la Galaxia. El peligro de la aparición de otras razas inteligentes que pongan en serio compromiso esta expansión. La misteriosa creación de la Ley Cero, una ley que gobernaría al resto.

Todos estos temas, y otros tantos más son debatidos a lo largo de la novela mientras que sutilmente el escritor nos dirige al punto donde el círculo se cuadra: ambas sagas por fin tienen un nexo de unión donde todo trasciende. Así, miles y miles de años más tarde, cuando el intrépido Golan Trevize abordo de su nave antigravítica alunice y se encuentre con el robot Daneel Olivaw, toda aquella conversación, todos sus matices, todos los enigmas que se fueron creando en ambas sagas, por fin, tendrán su debida respuesta.

Amigo Daneel, ya he dejado de maravillarme ante la capacidad de la mente humana de mantener dos emociones opuestas simultáneamente. Me limito a aceptarlo.

R. Giskaard Reventlov.

Indispensable.