Fue allá por Febrero de 2004 cuando un joven estudiante de Harvard lanzó la primera versión del portal social Facebook.
En Julio de 2006 nació la red de microblogging (o micromensajes) Twitter.
Unos cuantos meses antes, en Enero de 2006, daba sus primeros pasos la red social española Tuenti.
Estamos en noviembre de 2009 y el fenómeno «social» ha explotado. A día de hoy uno desconoce hasta que punto nos va a cambiar la vida el «nuevo concepto» de la red.
Las redes sociales cada vez se están haciendo más populares y conforme avanzan y crecen, van devorando servicios y más servicios dejando en la cuneta a soluciones más antiguas que ellos y que no tienen esa marcada vocación social.
Galerías de fotos, blogs, fotologs, páginas personales, portales de información, están ahora en las fauces de esta temible bestia. La posibilidad de escribir micromensajes con lo que uno piensa en cada momento, de publicar enlaces, fotos, vídeos en tiempo real para que tus amigos (y sólo ellos) puedan verlos, etiquetarnos en las últimas fotos de la fiesta del fin de semana pasado, etc. son reclamos tan golosos que la inmensa mayoría de los usuarios están migrando hacia estas redes por su facilidad y sobretodo por su masa social.
Pero, ¿es todo tan bonito?. Desde mi punto de vista no. Las redes sociales como Tuenti o Facebook se están convirtiendo en meros templos donde la adoración al ego y el cotilleo son sus dos pilares fundamentales. Ya no nos interesa publicar un articulo de opinión, ni una foto de calidad, nos interesa que la gente nos mire, o mirar nosotros a alguien a escondidas.
En esta orgía de voyeurismo y egolatría todos somos culpables. Participamos de ella y no sólo eso, estamos permitiendo que se degrade. ¿Cómo? Aceptando que es normal que una chiquilla de 14 años publique una foto semidesnuda, asumiendo que entra dentro de lo razonable que una persona de más de 20 años sea incapaz de escribir una frase sin 10 faltas de ortografía. Publicando fotos nuestras en mil y una poses, con mil y un efectos cutres con la única intención de que nos digan lo guapos que somos.
Nidos de ignorancia y miseria.
El problema de todo esto es que la bestia todavía no está tranquila. Y en este constante devorar del sentido común, quién sabe qué será lo próximo que nos encontraremos.
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