Hablar de Dan Brown es sin duda hablar de El Código Da Vinci, obra por la que se hizo mundialmente conocido y que le catapultó al éxito convirtiendo su libro en un best-seller casi nada más publicarlo.
Recuerdo que lo leí casi devorándolo. Esa mezcla de misterio, intriga, conspiración y, sobretodo, historia y simbología, hicieron de su lectura una auténtica delicia.
Lo recuerdo con bastante buen sabor de boca.
Luego llegó Ángeles y Demonios, aunque era previo, y El Símbolo Perdido. Y la cosa empezó a flojear. Dan Brown había dado con una fórmula que le aseguraba el éxito y decidió exprimirla repitiendo exactamente el mismo patrón en todas sus obras.
Hace unos meses llegó Inferno. Y la mera idea de una novela cuyo eje central era la Divina Comedia de Dante y que se desarrollaba en Florencia me hizo albergar la esperanza de un resurgir de Dan Brown. Pobre de mí.
Inferno es más de lo mismo, pero peor. Si en El Código Da Vinci una trama oculta en la historia parecía ir desarrollándose con los siglos, envuelta en el misterio de sectas ocultas y grandes acontecimientos, apareciendo de forma suave y creíble a lo largo de la narración, en Inferno todo es atropellado. Es un argumento predecible, pese a sus inverosímiles constantes giros de argumento. Sabes lo que va a suceder dos o tres capítulos antes de que suceda aunque Brown intente sin éxito aumentar la intriga en cada final de capítulo. Pero lo peor es la sensación de que el escritor se ha dedicado a investigar un poco por aquí, otro poco por allá, a decidir dos o tres localizaciones con impresionantes elementos artísticos y como quien no quiere la cosa, lo ha conectado todo de una forma tan basta que a veces hasta he tenido que parar de leer.
Resulta hasta cansino ese afán por describir la grandiosidad del Duomo de Florencia, del Palazzo Vecchio o su catedral por esa forma tan poco natural de hacerlo: en medio de la acción trepidante el protagonista se para a admirar la cúpula de Brunelleschi o el Baptisterio de Florencia.
Por lo que respecta al argumento en sí, de innovar, lo justo. Un científico loco que al parecer quiere cargarse a la humanidad, una oculta corporación con poder en todo el mundo, la Organización Mundial de la Salud, criminales a sueldo tratando de matar al protagonista y el protagonista que lo sabe todo justo en el momento adecuado. Ella que aparece de la nada, guapísima, con un pasado turbio que la pretende hacer más interesante. Muy de película. Muy preparado para una posible (y casi segura) adaptación cinematográfica.
Es un Indiana Jones que se ha hecho mayor y que el paso del tiempo no le ha sentado bien. Y para Indiana Jones moderno yo me sigo quedando con Nathan Drake.
Lo peor, sin lugar a dudas, que te sablen más de 20 euros por una cosa así. Y que esté por todas partes inundando todas las estanterías de los centros comerciales y de las librerías.
Que no, señor Brown, que o cambia de patrón o me niego a darle otra oportunidad.
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