No soy muy dado a utilizar este espacio para hablar de política, y eso que siempre me he considerado una persona muy activa.
Un día después de las segundas Elecciones Generales en menos de un año, los resultados no pueden ser más contundentes: España ha votado permanecer estancada, escondida tras sus miedos, atrincherada tras las zanjas de las dos Españas luchando contra ese enemigo común inventado.
No son molinos, amigo Sancho, que son gigantes.
He de reconocer que llegaba a estas elecciones con más ilusión que nunca. Después de tantos años parecía que existía una mínima oportunidad de reconstruir, esta vez de verdad, este país desde los cimientos.
Porque en verdad amo esta tierra nuestra. Amo su diversidad, sus contrastes, su colores. Amo a sus gentes, a su forma de entender la vida, a su capacidad de reponerse y de construir un futuro mejor.
Se que, como país, juntos, somos capaces de de llegar mucho más lejos de lo que jamás habíamos imaginado.
Pero todavía nos atan las cadenas de un pasado tal vez demasiado reciente en el que nos matamos entre hermanos. Tal vez todavía no hemos madurado lo suficiente como sociedad como para convertirnos en ciudadanos de pleno derecho y seguimos jugando a ser mayores sólo de vez en cuando.
Por momentos anestesiados por los medios de comunicación que, fieles a las manos que los alimentan, se dedican a mover los hilos de las marionetas en las que muchos han terminado por convertirse.
Lo cierto es que hoy son muchos los sueños de una España distinta que se han visto truncados.
Las ilusiones de muchos jóvenes que habían depositado en este 26-J sus esperanzas por un futuro, cuanto poco, distinto. Alejado de sobres llenos de billetes de 500 euros y servicios sociales en bancarrota. Deseando olvidar etapas negras donde gente sin alma se apropió de lo ajeno y quiso hacer de nuestra sociedad su cortijo.
Un futuro donde ser joven significase tener por delante un camino lleno de oportunidades y no de barreras. Donde ser mayor fuera sinónimo de valorar su experiencia y no de prejubilaciones y paro asegurado.
Yo creía en ese futuro.
Creía y creo.
Sigo creyendo en una educación pública que nos ponga a la cabeza de Europa porque tenemos a los mejores maestros y profesores, sólo tenemos que saber usarlos. Darles los medios y la libertad.
Sigo creyendo en una sanidad que ha sido la envidia de todos y que tiene entre sus filas a los mejores profesionales del mundo. Que trate a todos por igual. Que la salud no se convierta en un bien más con el que traficar.
Sigo creyendo en la capacidad de emprendimiento de miles de jóvenes con ideas geniales que pueden cambiar la forma de concebir nuestra realidad. Que nos aleje de la mediocridad del empresaurio español, del «señorito», del «terrateniente» heredado de tiempos que huelen a rancio. Que suenen ya a pasado y nos lancemos a conquistar el mundo.
Y no me voy a conformar con menos.
Seguiré luchando por esos sueños, por esas ilusiones, porque no las comprarán con sobres llenos de sucio dinero.
Porque no las matarán con miedos a pasados ya superados.
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