Blog personal de Sergio Madrigal donde encontrar textos sobre ciencia y tecnología, psicología, cine y literatura y quizá alguna cosita más.

Etiqueta: Harrison Ford (página 1 de 1)

Crítica: Han Solo (2018)

Para comprender Han Solo: Una historia de Star Wars, hay que entender que La Guerra de las Galaxias no es una saga sino un concepto que trasciende a las películas y que plantea los cimientos sobre los que construir toda una mitología.

Lo que en su momento George Lucas ideó y conformó en esas tres primeras y sorprendentemente exitosas películas es simplemente el esbozo de una imagen de proporciones inimaginables.

Han Solo: una historia de Star Wars, es un capítulo aparte, como una novela de entretiempo que, ambientada en el vasto mundo de las galaxias lejanas, cuenta una pequeña y breve historia sobre un joven pirata galáctico y cómo inició su andadura en el hiperespacio. Nada más. Pero nada menos.

Muchos se sintieron decepcionados por no encontrar en ella la épica que uno espera de una película de la saga. No se identificaron con una historia quizá demasiado plana. El problema es que esto no es una película de la saga sino una película basada en la historia que hay detrás de la saga. El matiz es fundamental. Entender que, mientras Han se enfrenta a sí mismo, a sus fantasmas del pasado y a su primer (aunque no último) escarceo amoroso, en paralelo la caída de la República sigue imparable y el Imperio gana día a día poder. En esos momentos de caos político, grandes Sindicatos del crimen campan a sus anchas por la Galaxia, sometiendo a los pueblos a sus propios intereses. La pobreza asola todos los ricones de la Galaxia y todos hacen lo posible por sobrevivir.

Todo esto sucede de forma sutil, sin necesidad de grandes batallas, haciendo que la película pueda aparentar ser pequeña cuando la comparamos con el resto, pero cumpliendo, con creces, su cometido: entretener.

La obra es interesante desde un punto de vista estético: fotografía y banda sonoras cuidadas y una actuación a la altura de lo que se espera de un producto “Star Wars”, pero lo es más desde un punto de vista conceptual, al presentarnos el origen de varios de los grandes personajes de la saga y relatarnos una historia que encaja y que explica la evolución política y social de los planetas de la Galaxia.

Nos muestran, como hizo en su día el Episodio VII, que la corrupción y la vileza que ha traído consigo el Imperio son el germen necesario para el nacimiento de la Rebelión, para el surgir de una nueva esperanza.

Interesante apuesta.

Nota: 6/10

Crítica: Blade Runner 2049 (2017)

El cine, esa increíble herramienta moderna para contar historias, es capaz de llegar a despertar conciencias con sus obras. Y hacerlo, además, de las formas más variadas. Blade Runner 2049 (2017) es una de esas formas que se salen del guión establecido, que se alejan del relato prototípico para adentrarse, tímidamente eso sí, en formas alternativas de relatarnos historias.

Historia

Blade Runner 2049 es la secuela de la archiconocida Blade Runner (1982) que encumbró a su director, Ridley Scott, a los altares del cine de ciencia ficción y que, a su vez, nos dejó uno de los monólogos más interesantes del mundo cinematográfico.

Blade Runner 1983

Dennis Villenueve dirige esta nueva entrega en la que trata de mantener la práctica totalidad de los ingredientes que hicieran de la original una obra de culto del cine.

K, interpretado por un soberbio Ryan Gosling, es un replicante (en este caso no hay la más mínima duda) que cumple las tareas de Blade Runner: busca y retira todos aquellos androides que han regresado ilegalmente a la Tierra desde las colonias.

En el camino, K se topará con un hecho que puede cambiar el destino de todos los androides, de los seres humanos y de la propia galaxia.

Más allá de las premisas con las que se presenta la historia, Villenueve consigue mantener durante todo el metraje la atmósfera de viaje iniciático, de aventura contenida y alejada de las emociones. K es un replicante que se embarca hacia una tierra prometida que él mismo desconoce.

Lo hace, como ya he dicho, con las mismas armas con las que Ridley Scott se aventuró hace más de 30 años: largas escenas con una expresividad especialmente limitada, diálogos a veces excesivamente opacos, una atmósfera que se torna irrespirable. Pausa. Contención en el mensaje. Pero, además, consigue expandir ese mundo creado en una de las primeras Tierras distópicas del cine, para conformar una narración todavía más profunda. Para sondear todavía más elementos de la esencia del ser humano y de sus caminos.

Al carisma de un Gosling que está mejor que nunca en ese papel de inexpresión absoluta (me recordó irremediablemente a su papelón en Drive), hay que sumarle al holograma en forma de una espectacular Ana de Armas. Más allá de sus increíbles formas, Ana de Armas está perfecta en el papel de IA capaz de sentir emociones. Impagable el diálogo con Gosling acerca de los genes y los bits.

Harrison Ford también está perfecto: la visión de un hombre caduco, lejos de su esplendor («Hice tu trabajo una vez. Era muy bueno»), en cuya vida el peso de un pasado emocionalmente cargado pesa tanto que huye de él cada día. Con él, Villeneuve construye el nexo de unión con la película original. El agente Deckard es el catalizador del cambio. Es, en realidad, el ingrediente fundamental que da forma a la historia de esta secuela.

Además, muy inteligentemente, mantienen esa eterna duda acerca de su verdadera naturaleza ¿humano o replicante?

Banda sonora y fotografía

Más allá del elemento disruptor que supuso Blade Runner en los años 80, el paso de los años ha puesto especial énfasis en los apartados técnicos de la película.

De esta forma, la fotografía, esa escenografía de una Tierra en profunda decadencia, bajo el manto de una niebla que oprime al espectador, ha sido desde entonces su sello distintivo y ha influido en infinitas obras posteriormente.

Vangelis fue el encargado de crear la banda sonora y lo hizo adaptándola al milímetro al concepto general de la película: canciones plásticas, muy electrónicas, que se ensamblaban con ese discurso lento y cadencioso de la película hasta conformar un único elemento expresivo.

Blade Runner 2049 en cambio se adentra más en el terreno minimalista de la mano del siempre solvente Hans Zimmer. Zimmer no renuncia a esa plasticidad, a esas notas largas, pero si que consigue diferenciarse de la original con canciones más íntimas y menos frías.

Es en la fotografía donde, al menos desde mi punto de vista, la secuela supera de largo a la película original. Planos brutales con el uso de los colores de forma apabullante para el espectador. Secuencias que son un auténtico deleite para los sentidos. Todo un acierto.

El relato filosófico y antropológico

Si Blade Runner (1983) ponía sobre la mesa cuestiones como la naturaleza de la humanidad, aquello que nos convierte verdaderamente en humanos; esta nueva entrega ahonda en la reflexión filosófica para preguntarse qué es lo que nos hace libres.

Se trata aparentemente de una pregunta simple, pero Blade Runner 2049 demuestra que su respuesta es terriblemente compleja. ¿Somos, acaso, marionetas de un destino, de una fuerza superior? ¿Qué es el libre albedrío? ¿Son nuestros sueños las herramientas que, como humanos, hemos creado para romper las cadenas de una esclavitud invisible?

K, ese replicante moderno, ese hombre ligado a la sociedad por un vínculo indestructible ¿puede llegar a soñar? ¿puede llegar a ser libre? Y, de ser así, todo se reduce a la eterna pregunta existencial: ¿quién soy?

Blade Runner 2049

Impresiones

No diré que es la mejor película de 2017 porque no lo es. Reconozco que se hace por momentos excesivamente lenta. Denis Villeneuve juega a replicar a su mentor y hay momentos en los que se excede. Esa obsesión por ser un digno herdero del original le traiciona.

Sin embargo, partiendo de esa base, entendiendo las raíces de la película, de la propia historia, Blade Runner 2049 supone un excelente ejercicio de autoanálisis, de reflexión interna hacia los anhelos propios de la humanidad. Hacia las dudas que, un buen día, unos seres capaces de pensar más allá de su supervivencia, pusieron sobre la mesa. La propia esencia de lo que nos hace seres humanos. La capacidad de decidir nuestro destino. Nuestra libertad.

Nota: 7/10

Crítica: El Secreto de Adaline

¿Sabéis de esas películas que vas al cine sin demasiadas expectativas y que de repente te encuentras con una auténtica joya que te hace salir de la sala como en una nube?

Bien, pues El Secreto de Adaline es justo lo opuesto.

Un planteamiento tremendamente prometedor

Los que hayáis visto el trailer o los que hayáis escuchado por encima de qué va, sabréis que El Secreto de Adaline, dirigida por Lee Toland Krieger y protagonizada por Blake Lively trata sobre una joven que tras un accidente deja de envejecer.

No me negaréis que la idea da para mucho y que las posibilidades que a uno le aparecen en la cabeza son casi infinitas.

Bien, Krieger consigue que el cometido inicial se cumpla. La historia, contada por un narrador externo, nos pone en situación y nos explica cómo Adaline Bowman adquiere esa eterna juventud. Eso sí, para ello hace uso de una explicación cogida con pinzas que más adelante le traicionará.

Hasta ahí la película mantiene el tipo. No es que te atrape en sus comienzos pero sí que logra despertar la curiosidad del espectador.

Un nudo que adormece

Una vez presentada la situación el desarrollo del argumento comienza a mostrar sus flaquezas.

El problema de El Secreto de Adaline es que adolece de una soberbia falta de fondo. La historia de sus protagonistas se construye sobre un andamiaje precario, sin pilares (emocionales o psicológicos) que le hagan mantener el tipo.

En pocas palabras: no te la crees.

Y como no te la crees, te aburre. Durante la siguiente hora, escena tras escena, uno se empieza a dar cuenta del engaño, de que no hay más que rascar. Alguien nos estaba preparando para algo que, en realidad, no existe.

Es como subir a una montaña rusa que es en realidad plana: nada sucede fuera de lo que uno espera que suceda.

Un desenlace que se derrumba

Si ya la película comenzaba a dejar entrever sus debilidades, la forma que tiene el director de concluirla termina por destrozarla.

En un vano intento de revivirla trata de darle un giro inesperado (aunque ciertamente preparado con anterioridad) al guión. Y es cierto que provoca un cambio de tendencia, vuelve a aparecer el destello de la curiosidad y la esperanza de que de aquello se pueda sacar algo interesante al final.

Pero es un espejismo, toda esa estructura carente de emoción se derrumba. Un final atropellado, previsible y sobretodo insípido termina por darle la estocada definitiva a una película que nunca tuvo el mínimo interés en mostrarnos el proceso emocional de su protagonista, su verdadero sufrimiento.

De lo paradójico que supone que el don de la inmortalidad sea la mayor de las maldiciones para un ser capaz de amar, ni rastro.

Y lo que es peor, el personaje del que más se podría haber obtenido, que más posibilidades tenía de darnos una visión humana de la historia, termina haciendo un discurso tan hueco como inverosímil.

Totalmente prescindible.

Nota: 5/10