¿Sabéis de esas películas que vas al cine sin demasiadas expectativas y que de repente te encuentras con una auténtica joya que te hace salir de la sala como en una nube?
Bien, pues El Secreto de Adaline es justo lo opuesto.
Un planteamiento tremendamente prometedor
Los que hayáis visto el trailer o los que hayáis escuchado por encima de qué va, sabréis que El Secreto de Adaline, dirigida por Lee Toland Krieger y protagonizada por Blake Lively trata sobre una joven que tras un accidente deja de envejecer.
No me negaréis que la idea da para mucho y que las posibilidades que a uno le aparecen en la cabeza son casi infinitas.
Bien, Krieger consigue que el cometido inicial se cumpla. La historia, contada por un narrador externo, nos pone en situación y nos explica cómo Adaline Bowman adquiere esa eterna juventud. Eso sí, para ello hace uso de una explicación cogida con pinzas que más adelante le traicionará.
Hasta ahí la película mantiene el tipo. No es que te atrape en sus comienzos pero sí que logra despertar la curiosidad del espectador.
Un nudo que adormece
Una vez presentada la situación el desarrollo del argumento comienza a mostrar sus flaquezas.
El problema de El Secreto de Adaline es que adolece de una soberbia falta de fondo. La historia de sus protagonistas se construye sobre un andamiaje precario, sin pilares (emocionales o psicológicos) que le hagan mantener el tipo.
En pocas palabras: no te la crees.
Y como no te la crees, te aburre. Durante la siguiente hora, escena tras escena, uno se empieza a dar cuenta del engaño, de que no hay más que rascar. Alguien nos estaba preparando para algo que, en realidad, no existe.
Es como subir a una montaña rusa que es en realidad plana: nada sucede fuera de lo que uno espera que suceda.
Un desenlace que se derrumba
Si ya la película comenzaba a dejar entrever sus debilidades, la forma que tiene el director de concluirla termina por destrozarla.
En un vano intento de revivirla trata de darle un giro inesperado (aunque ciertamente preparado con anterioridad) al guión. Y es cierto que provoca un cambio de tendencia, vuelve a aparecer el destello de la curiosidad y la esperanza de que de aquello se pueda sacar algo interesante al final.
Pero es un espejismo, toda esa estructura carente de emoción se derrumba. Un final atropellado, previsible y sobretodo insípido termina por darle la estocada definitiva a una película que nunca tuvo el mínimo interés en mostrarnos el proceso emocional de su protagonista, su verdadero sufrimiento.
De lo paradójico que supone que el don de la inmortalidad sea la mayor de las maldiciones para un ser capaz de amar, ni rastro.
Y lo que es peor, el personaje del que más se podría haber obtenido, que más posibilidades tenía de darnos una visión humana de la historia, termina haciendo un discurso tan hueco como inverosímil.
Totalmente prescindible.
Nota: 5/10