Durante años he entendido que los logros personales, en su mayoría, son aquellos que vienen de la mano de la repetición constante hasta alcanzar la suficiente experiencia como para considerarte bueno en algo.
La constancia era, por tanto, la piedra filosofal de todo proyecto o idea. Si existía una receta para el éxito, cualquier tipo de éxito, esta debía llevar en la lista la capacidad de ser constante.
Pero ahora concibo la constancia como un elemento dual, abrazado inexorablemente a otra noción crucial en el camino hacia cualquier destino: la consistencia.
No se trata, pues, solo de repetir, sino de hacerlo además de forma consistente: manteniendo un mínimo que no puedes dejar de exigirte. Y siendo consciente en todo momento del proceso.
Así se puede entender, por ejemplo, que el estado físico no depende en exclusiva de cuántas repeticiones o de cuanto peso levantes, es fundamental cómo ejecutas tu plan de entrenamiento y debes exigirte un mínimo para lograr objetivos.
Estos días he leído un par de publicaciones que hacen referencia al concepto del «100 crappy things challenge», que vendría a ser algo como el Desafío de las 100 cosas cutres o imperfectas: en resumidas cuentas, te dicen que si empiezas con algo y eres capaz de repetirlo 100 veces, llegarás a ser un experto en esa materia.
Esta idea entronca perfectamente en esa creencia de la constancia y la consistencia que lleva tiempo orbitando por mi cabeza, lo que me lleva a la intención de ponerlo a prueba.
Durante el próximo año y eso que lo que se viene es profudamente exigente, quiero intentar alcanzar esa marca de 100 cosas imperfectas en determinadas áreas de mi vida. Por ahora es demasiado pronto para tener una lista definida, pero no tardaré en publicarla.
El objetivo no es otro que demostrar o refutar que es en el camino de la constancia y la consistencia donde se alcanza la excelencia.