Blog personal de Sergio Madrigal donde encontrar textos sobre ciencia y tecnología, psicología, cine y literatura y quizá alguna cosita más.

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Viviendo a través de un cristal

El pasado 2 de Febrero, Apple lanzaba al mercado su nuevo revolucionario invento: las Apple Vision Pro.

Estas gafas de Realidad Aumentada llegaron con la intención de cambiar nuestra forma de interactuar con el mundo. Su capacidad de añadir elementos audiovisuales en un entorno real supone un paso hacia adelante en esa visión de un mundo donde la tecnología y la realidad sean prácticamente indistinguibles.

Una herramienta, una consecuencia de nuestra generación

Sin embargo, desde hace ya tiempo, todas estas supuestas herramientas maravillosas esconden una triste verdad generacional: hoy se vive cada vez menos en la realidad y cada vez más a través de una pantalla.

Lo irónico del asunto es que sonreímos a nuestros carceleros mientras aceptamos y normalizamos vivir encerrados tras unos barrotes de cristal.

Nadie se sorprende de ver cómo en una mesa llena de amigos impera el silencio mientras las cabezas agachadas interactúan frenénticamente un un cristal templado.

Se acepta como normal que en los vagones de un tren los teléfonos hayan sustituido a las conversaciones o a los libros.

Mires donde mires la presencia de las pantallas nos es imperceptible: han pasado a formar parte de nuestra vida.

Educamos, maduramos, sentimos y vivimos en ellas

Esto me hace reflexionar y preguntarme si no estamos ante la droga del siglo XXI.

Una droga mucho más adecuada para los tiempos en los que la química y los trastornos asociados a su abuso nos asustan. Una droga más silenciosa, pero tanto o más tóxica que las que arrasaron a finales del pasado siglo.

Aceptamos que esta nueva clase de droga la consuman niños, que la consuman nuestros amigos o que lo hagamos nosotros mismos.

Con todo y así, todavía hay personas que se niegan a reconocer que la adicción a las redes sociales o a los teléfonos móviles implican los mismos mecanismos de refuerzo y respuesta que cualquier droga química.

Y, como sucede con el alcohol y, en menor medida, el tabaco, su aceptación social la convierte en muchísimo más peligrosa porque el riesgo percibido es muy bajo.

Cada vez más aislados

Olvidémonos por un momento de toda la parafernalia técnica, del análisis psicólogo de la propia adicción y profundicemos más en la raíz social del problema y en una de sus peores consecuencias.

Es el momento en la historia que más aislados estamos. Aceptamos la transición hacia la autoreclusión con la misma alegría con la que muchos abrazaron los psicofármacos y su alienación de la realidad hace 30 o 40 años.

La soledad hoy se percibe como virtud, como objetivo vital. Las interacciones sociales, críticas en la supervivencia de nuestra especie, se producen a través de un sinfín de plataformas que nos deshumanizan.

Recuperarnos es volver al pasado

Por mucho avance tecnológico que nos ofrezca la ciencia, jamás deberíamos renegar de quiénes somos y de los elementos nucleares que nos han traído hasta este mismo momento del tiempo.

El ser humano es, en esencia, su contexto social, su red de relaciones que tejen una intrincada maraña de conexiones que nos permiten llegar más lejos de lo que lo haríamos solos. Que nos protegen, tanto física como mentalmente, de los golpes de la vida.

Renegar de ese espacio de reclusión, alejado de todos, es regresar a nuestra forma humana de comprender la vida como un camino que transitamos de la mano de muchas personas.

En definitiva, todo avance debería pasar por convertirnos en un poco más humanos y un poco menos máquinas.

Rituales

De un tiempo a esta parte he experimentado una fascinación especial por comprender muchos de los procesos asociados con la producción.

Desde el artesano japonés que dedica toda su vida a perfeccionar el arte de crear pinceles caligráficos hasta la gestión de pedidos en un Dunkin Donuts. Todas estas actividades comparten, en esencia, la puesta en valor de las rutinas.

Rutinas vs Rituales

Todo proceso conlleva necesariamente manejar rutinas establecidas.

Leí hace poco una frase que me encantó. Decía algo así como «un ritual es una rutina con significado para ti». Eso me hizo reflexionar sobre cómo los rituales terminan siendo fundamentales para aquellos que convierten una actividad en su pasión.

El ritual es una sucesión de acciones que representan algo. A diferencia de una rutina, un ritual no requiere un fin específico ni tiene por qué ir enfocado a un objetivo determinado, pero sí que exige que el completarlo tenga cierta trascendencia.

El ritual ha sido la forma que hemos tenido toda la vida de transmitir un mensaje. Ya sea a una comunidad, como a nosotros mismos.

Está tanto en la coreográfica ceremonia católica ejecutada al milímetro durante una misa, como en esa copa de vino tinto que se sirve mi padre justo antes de disfrutar de una buena comida.

Rituales que nos dirigen

Que un ritual no tenga un objetivo definido no implica que no podamos utilizarlo como mecanismo para alcanzar nuestras metas.

Si un ritual nos transmite un mensaje, ¿por qué no modular ese mensaje en nuestro beneficio? Podemos emplear el ritual para predisponernos hacia una tarea o, como mínimo, hacia una dirección determinada.

Para lograrlo, podemos convertir muchas de nuestras rutinas en rituales si les otorgamos un verdadero significado. Si vinculamos la acción con la emoción.

Acción y Emoción

Aquí está el elemento fundamental. La acción, entendida como la acción voluntaria, es un proceso que ejercemos de forma consciente y que, generalmente, está dirigido por nuestro lóbulo frontal.

En cambio, las emociones surgen de forma inconsciente desde otra parte completamente distinta de nuestro cerebro: amígdala, hipotálamo, etc.

Son dos circuitos independientes que puede ir de la mano si se aprende a relacionar la accion con la emoción. De esta manera, a través de este vínculo, desencadenar comportamientos, siguiendo un poco la idea de Albert Ellis y su Terapia Racional Emotiva Conductual.

Rituales en la vida real

La conclusión de todo esto es que quiero probar estas ideas en mi día a día.

Por ejemplo, justo antes de irme a dormir, quiero tratar de asociar todas esas pequeñas acciones que realizo casi de forma automática con un sentido real.

Quiero convencerme de que todo ese pequeño proceso desemboca en una sensación de placer cuando, después de un largo día, por fin me permito descansar.

Y ahí agregar aquellos pequeños pasos que quiero que doten de verdadero valor al ritual: diez minutos de lectura, dejar todo listo para el día siguiente… Cualquier cosa que me haga sentir que el proceso tiene sentido.

Igual es la enésima ida de olla que me viene de tanto mezclar filosofía, psicología y productividad barata de mercadillo.

Pero imagínate que funciona.

La Incertidumbre

Enfilamos el último mes de un 2023 que ha tenido muchas cosas y, para ser honestos, la mayoría buenas.

Acaba, además, obligándome a enfrentarme a una de esas pesadas piedras que siempre he llevado en mi mochila: la intolerancia a la incertidumbre.

Cuando todo es incierto, nada es incierto

Como seres humanos, nuestro neocortex nos proporciona una serie de capacidades avanzadas que nos han convertido en la única especie soberana de la Tierra, o eso se nos supone.

Entre muchas de esas habilidades destaca la de la toma de decisiones. Nuestra capacidad de razonamiento, al igual que la de un ordenador, no es infinita, y esto nos obliga a buscar zonas de seguridad donde la mayoría de nuestro contexto se perciba bajo control.

He escogido con cuidado las palabras en la última expresión porque no existe nada bajo control, sino la percepción de que lo está.

Esto se ha convertido en pieza clave para nuestro desarrollo mental y emocional.

Por eso, cuando nos sobrevienen circunstancias que alteran significativamente nuestro contexto (digamos que lo «descontrolan»), nuestro cuerpo buscará recobrar el equilibrio o homeostasis mediante mecanismos de estrés: liberará aquellas sustancias necesarias para ponernos en alerta y conducirnos a recuperar nuestra tranquilidad.

Cultivando la tolerancia

Albert Ellis sostenía en su teoria que el elemento fundamental que guía nuestro comportamiento y, en definitiva, sus consecuencias, son nuestras creencias.

Y es ese el único elemento que tenemos la capacidad de modificar. Pese a todo el empeño que le pongamos a pretender controlar el contexto, se trata de una batalla perdida de antemano que solo nos puede traer frustración.

Es en la arena de las creencias, donde el combate es mucho más favorable para nosotros.

La incertidumbre, así, deja de ser algo contra lo que luchar para pasar algo que saber gestionar. Cómo afronto aquellas situaciones donde la incertidumbre, la situación con un control limitado, lo desconocido, juegan un papel importante, va a ser la esencia para vivir una vida emocional mucho más saludable.

El método: exposición

Y cómo mejoramos nuestra tolerancia, como modificamos esas creencias que nos llevan a conductas tóxicas: como sucede con muchas de las experiencias negativas limitantes, con exposición.

La exposición en psicología es una terapia que ayuda a las personas a enfrentar y manejar sus miedos o ansiedades, exponiéndolas de manera segura y gradual a las situaciones que los causan. Es un método efectivo para superar fobias u otros comportamientos ansiógenos.

Mucha parte de las técnicas congintivo-conductuales fundamentan gran parte de su eficacia en este concepto y hay mucha literatura y experimentación detrás que sustentan su efectividad.

Mi caso personal

La forma que he tenido durante este mes de lidiar con esa necesidad de controlarlo todo ha sido permitir, de forma relativamente controlada (por irónico que parezca), cierto descontrol.

Eso me ha servido para aprender mediante la experiencia directa a lidiar con lo inesperado, reducir la necesidad de tenerlo todo planeado y aceptar que el contexto es incontrolable.

No siempre ha funcionado y he de reconocer que ha habido momentos en los que la situación ha parecido superarme, pero, como todo en esta vida, el tiempo es la herramienta definitiva para suavizar emociones, tanto las positivas como las negativas. Y el tiempo me ha permitido superar hasta esas situaciones y recoger cierto aprendizaje de ellas.

Creo que es la mejor forma de ir reconfigurando mi cerebro para alejarme de comportamientos controladores y poder flexibilizar mi forma de comprender la vida.

Y tú, ¿cómo lidias con la incertidumbre?

Objetivos vs Procesos: Una lucha del Siglo XXI

De un tiempo a esta parte me he dado cuenta de una característica común en todos mis proyectos. Sea cual sea el tipo de proyecto, todos comparten una visión enormemente enfocada al logro.

Tanto es así que muchas de las actividades relacionadas con el proyecto, tanto antes como durante, llevan asociado cierto nivel de ansiedad.

Ya escribí acerca de la trampa de la inmediatez, de cuáles eran sus características, su orígen y sus síntomas en nuestra sociedad.

En línea con esa visión de una realidad cortoplacista está la estrategia orientada al objetivo.

Estrategias orientada al objetivo

Si revisamos la bibliografía asociada a la psicología mas contemporánea que trata estos temas y, sobre todo, si echamos un vistazo a todos estos libros de gestión de proyectos y autoayuda, tienen en común una idea troncal: el foco, la consecución de objetivos, la eliminación de distracciones que nos alejan del resultado.

Y, por el camino, cientos de métodos para cuantificar hasta el más pequeño de los pasos, decenas de sistemas que parametrizan una vida para terminar convirtiéndola en un proceso con variables de entrada y de salida.

Quizá el mayor de los problemas de esta estrategia es concebir al ser humano como una especie de máquina, de computadora.

Alerta espoiler: no lo somos. Ni lo seremos jamás. Y aceptarlo va diametralmente en contra de toda esta corriente de pensamiento asociada a la disciplina como bandera del éxito.

1. Una mirada enfocada en el final.

El proceso queda relegado a un segundo plano cuando el actor principal es el resultado. Todo es, por tanto, una carrera contrarreloj con tal de llegar a la meta.

Es contrarreloj porque, para nuestra desgracia, nuestro tiempo es limitado.

Quizá una correcta planificación y una mirada realista de lo que uno es capaz de hacer podrían aliviar este primer problema, pero vivimos rodeados de un contexto que nos invita a pensar justo lo contrario.

Hoy se ponen en valor la precocidad y la rapidez. Nadie valora a la persona de 60 años que vive una vida plena, sino al adolescente de 16 que termina su segunda carrera. El resultado, cuyo valor puede ser hasta incluso discutible, domina la esencia de nuestro trabajo.

Esta mirada enfocada al objetivo tiene, a su vez, la caracterítica de ser extremadamente estrecha. Las corrientes pseudopsicológicas asociadas a la eficiencia abogan por cuantificar los proyectos (sean de la índole que sean), reducir las distracción enfocándose agresivamente en el objetivo y reducir el proceso a un mero medio para alcanzar un fin.

2. Ausencia de refuerzo durante el proceso.

Precisamente esa forma de entender el proceso nos lleva a la carencia de refuerzos durante el mismo. A mí me sucede constantemente en cualquiera de los proyectos en los que me embarco.

Muchos de esos proyectos son, como mínimo, a medio plazo. Eso implica que durante el proceso pueden no haber elementos relevantes que marquen una idea de progreso.

Puedo, claro está, intentar autoconvencerme marcándome metas a corto plazo. Puedo definir objetivos mucho más cortos, y toda esa historia tantas veces repetida.

No funciona.

Y no funciona porque no somos tontos y nuestro cerebro sabe perfectamente que nos estamos intentando hacer trampas jugando al solitario. Queremos el premio final, aun sin tener muy claro cuál es, y no nos conformamos con las migajas.

Lo gracioso del asunto es que, hasta para esto, la sociedad individualista ha encontrado un filón con el que seguir vendiéndonos su producto.

Primero te aleccionan para que tu mirada esté puesta casi exclusivamente en la meta. Luego te exigen que trabajes la disciplina, entendiéndola como una férrea dictadora que nos obliga a dejar de escuchar nuestras emociones, lo que nuestro cuerpo nos dice, obviando nuestras circunstancias y nuestro contexto. Y por último, cuando todo el sistema fracasa, te dicen que la culpa es tuya por no haberlo intentado lo suficiente.

Estrategia orientada al proceso

Existe una alternativa que quiero evaluar para abordar mis proyectos, mis aficiones o mi trabajo (en la medida que eso sea posible).

Quizá suena contraintuitivo, pero puede ser un buen punto de partida alejarnos de esa visión estrecha y desenfocarla un poco.

Que el objetivo deje de ser la meta y se centre en el proceso.

Antonio Machado decía eso de «caminante no hay camino, se hace camino al andar» y es una frase que me ha acompañado desde el momento que la escuché por primera vez.

Es simple, pero no por ello sencilla: toda la vida se reduce a transitar. Si vivimos en constante mirada hacia adelante, si nuestro foco está en aquello que está por venir, lo que en realidad estamos haciendo es desperdiciar nuestro tiempo aquí.

Igual es una auténtica estupidez propia de alguna de las innumerables crisis por las que seguramente pasaré a lo largo de mi vida.

O igual me sirve para dejar de preocuparme tanto por el resultado, por terminar, por hacer, por rellenar una lista intrascendente de cosas que a nadie le importan.

Y aprender, de una vez por todas, a disfrutar del camino.