El pasado 2 de Febrero, Apple lanzaba al mercado su nuevo revolucionario invento: las Apple Vision Pro.
Estas gafas de Realidad Aumentada llegaron con la intención de cambiar nuestra forma de interactuar con el mundo. Su capacidad de añadir elementos audiovisuales en un entorno real supone un paso hacia adelante en esa visión de un mundo donde la tecnología y la realidad sean prácticamente indistinguibles.
Una herramienta, una consecuencia de nuestra generación
Sin embargo, desde hace ya tiempo, todas estas supuestas herramientas maravillosas esconden una triste verdad generacional: hoy se vive cada vez menos en la realidad y cada vez más a través de una pantalla.
Lo irónico del asunto es que sonreímos a nuestros carceleros mientras aceptamos y normalizamos vivir encerrados tras unos barrotes de cristal.
Nadie se sorprende de ver cómo en una mesa llena de amigos impera el silencio mientras las cabezas agachadas interactúan frenénticamente un un cristal templado.
Se acepta como normal que en los vagones de un tren los teléfonos hayan sustituido a las conversaciones o a los libros.
Mires donde mires la presencia de las pantallas nos es imperceptible: han pasado a formar parte de nuestra vida.
Educamos, maduramos, sentimos y vivimos en ellas
Esto me hace reflexionar y preguntarme si no estamos ante la droga del siglo XXI.
Una droga mucho más adecuada para los tiempos en los que la química y los trastornos asociados a su abuso nos asustan. Una droga más silenciosa, pero tanto o más tóxica que las que arrasaron a finales del pasado siglo.
Aceptamos que esta nueva clase de droga la consuman niños, que la consuman nuestros amigos o que lo hagamos nosotros mismos.
Con todo y así, todavía hay personas que se niegan a reconocer que la adicción a las redes sociales o a los teléfonos móviles implican los mismos mecanismos de refuerzo y respuesta que cualquier droga química.
Y, como sucede con el alcohol y, en menor medida, el tabaco, su aceptación social la convierte en muchísimo más peligrosa porque el riesgo percibido es muy bajo.
Cada vez más aislados
Olvidémonos por un momento de toda la parafernalia técnica, del análisis psicólogo de la propia adicción y profundicemos más en la raíz social del problema y en una de sus peores consecuencias.
Es el momento en la historia que más aislados estamos. Aceptamos la transición hacia la autoreclusión con la misma alegría con la que muchos abrazaron los psicofármacos y su alienación de la realidad hace 30 o 40 años.
La soledad hoy se percibe como virtud, como objetivo vital. Las interacciones sociales, críticas en la supervivencia de nuestra especie, se producen a través de un sinfín de plataformas que nos deshumanizan.
Recuperarnos es volver al pasado
Por mucho avance tecnológico que nos ofrezca la ciencia, jamás deberíamos renegar de quiénes somos y de los elementos nucleares que nos han traído hasta este mismo momento del tiempo.
El ser humano es, en esencia, su contexto social, su red de relaciones que tejen una intrincada maraña de conexiones que nos permiten llegar más lejos de lo que lo haríamos solos. Que nos protegen, tanto física como mentalmente, de los golpes de la vida.
Renegar de ese espacio de reclusión, alejado de todos, es regresar a nuestra forma humana de comprender la vida como un camino que transitamos de la mano de muchas personas.
En definitiva, todo avance debería pasar por convertirnos en un poco más humanos y un poco menos máquinas.