Y de repente sucede: encuentras una joya.
Cuando empecé a leer La colina de Watership, de Richard Adams, lo hice con serios reparos. Sí, había leído críticas buenas, diría que más que buenas acerca de esta novela de fantasía, pero se trataba de una especie de fábula protagonizada por conejos. ¡Por conejos! ¿Que se podía esperar de algo así?
Pero va y resulta que lo que obtienes es sencillamente magia. Magia en forma de una historia épica donde cada uno de sus personajes está envuelto en un halo que lo hace irrepetible y que te obliga a cogerle cariño casi desde el mismo instante en el que entra en escena. Magia en cada una de las historias y leyendas que se entremezclan en la acción y que dotan al conjunto de la novela de una solidez y una profundidad que impresiona.
Narrada con una fluidez que hacía tiempo que no encontraba, Richard Adams nos plantea una brillante epopeya a la altura de las novelas de referencia y la adapta magistralmente al mundo de los conejos.
Imagina por un instante una realidad donde estos pequeños y adorables animales fueran capaces de comunicarse, de establecer vínculos, de soñar con una vida mejor.
En esa realidad vive Quinto con su hermano Avellano en las faldas de una imponente madriguera cuando una terrible visión asalta sus sueños. Éste decide que han de huir sin mirar hacia atrás y dirigirse hacia las lejanas colinas. Y así comienza el relato de su fantástico viaje.
La colina de Watership es un más que una historia, es un canto a la amistad, al destino, a la superación. Es un viaje hacia lo desconocido, el viaje del crecimiento interior.
Lo único malo de esta novela es que se termine.
Imperdible.
Nota: 9.5/10
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