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Crítica: Breaking Bad

Sólo entiendes lo grande que es una serie cuando empiezas a sentir el vacío que te deja cuando la terminas.

Con Breaking Bad el enamoramiento se produce como debe ser: despacito y sin prisas.

Porque su primera temporada es como el encuentro entre dos desconocidos. Tibio, nervioso. A veces incluso lento. Los futuros enamorados, ahora sólo conocidos, van entendiendo quién es quién, y van profundizando en el ardua tarea de comprender al otro.

Ahí conoces a Walter White, el arquetipo de perdedor. Un genio incomprendido que malgasta sus días dando clases de Química en un instituto hasta que la vida decide empujarle a cambiar, o a morir.

Porque de eso se trata, de como dijera en su genial discurso en Stanford Steve Jobs: «Recordar que vas a morir es la mejor manera que conozco para evitar la trampa de pensar que tienes algo que perder».

Y así, nuestro querido y afable Walt, el papá Walt, el cuñado Walt, el perdedor, decide que no le queda ya nada por perder y si mucho por ganar.

A partir de ahí comienza la mejor evolución de un personaje que he visto jamás. De Walt, el profesor Walter White, Mr. White a Heisenberg. Todo un Jekyll y Mr. Hyde. La realidad de una persona que se oculta detrás de capas y capas de rutina y vida precocinada.

La serie es un grito sordo de alguien que se sabe capaz de cambiar el mundo pero que siente como el mundo le ha dado espalda.

En el camino somos los espectadores los que disfrutamos de esa evolución perfecta. De ese despertar de una bestia contenida durante años frente a una pizarra y un lavadero de coches. Y va creciendo y creciendo hasta que llegamos al episodio sexto de la cuarta temporada. En ese momento sencillamente ves una escena que sabes que pasará a la historia de las series.

Entonces lo sientes, te percatas por fin (si no lo habías hecho antes) de la realidad, de que todo empieza y termina en Walter White, el profesor convertido en químico, el químico convertido en deidad todopoderosa. Y comienza a nacer la duda, muy dentro tuya, de que quizá no te guste, tal vez no sea tan bueno, tal vez no deberías quererlo tanto.

Walter White, Heisenberg. Es una figura tan grande, tan grandiosa, tan terriblemente completa y compleja que muchas veces oscurece al otro enorme protagonista de la historia: Jesse Pinkman.

El inútil, el prescindible. Un peón que no lo es. Capaz de lo mejor y de lo peor y que termina por ser una contradicción: lo odias pero lo amas, lo amas pero quieres que muera, o que no muera. Nunca lo terminas de saber. Él también sufre una profunda metamorfosis, pero más previsible, más comprensible. Saca de sus entrañas la moralidad que nunca debió perder. Es el yang de Heisenberg.

La historia, su argumento, sus entresijos, su cambios, Saul Goodman, Hank Schreader, su música. Son tantísimas cosas y tan buenas que no quiero aburrir listándolas todas.

Sólo diré que esta es de las series a las que no me cuesta nada darles un 10.

Y añadiré que pese a todo, después de sus cinco temporadas y de conocer al verdadero Walter White, al terrible Heisenberg, citaré una de esas frases sobre la amistad:

«Un amigo de verdad es aquel que conoce todos tus defectos y a pesar de ello te quiere».

Yo, Walter White, querido amigo, te lo perdono todo.

Nota: 10/10

Reseña: El bolígrafo de gel verde.

Cuando me recomendaron este libro y empecé a leer sus primeras páginas he de reconocer que me embargó cierta sensación de conexión. Como si las palabras escritas fueran capaces de establecer un vínculo entre el protagonista y el lector.

Sin embargo, con el devenir de la historia, esa sensación terminó por desaparecer.

El bolígrafo de gel verde es una historia cotidiana, de un hombre cotidiano, con una vida cotidiana. Y en esa cotidianidad en la que a veces nos establecemos casi sin querer, el protagonista termina por ahogarse.

Éste, que por no tener no tiene ni nombre, nos cuenta en primera persona los últimos días de una de las etapas más difíciles de su vida.

La historia, aunque muchas veces empleada, se hace amena durante toda la lectura: el viaje iniciático de alguien que, hastiado de una vida llena de sinsabores, decide (o acaso es la vida la que le obliga) emprender un largo periplo en busca de sí mismo.

Quizá el primer problema con el que te encuentras al leer el libro es el lenguaje.

Si hay algo que me enamoró perdidamente en «Bajo la misma estrella» es su lenguaje cercano, sencillo, bello por su simplicidad. Las frases justas, las palabras necesarias. El bolígrafo de gel verde es la antítesis de la sencillez. La narrativa se convierte en un laberinto de bucles del lenguaje, que se estira y se retuerce hasta formar una imagen excesivamente edulcorada de la realidad, tal vez buscando ser poética, que en lugar de acercarse termina por distanciarse. Es un muro que se alza casi al instante, tras esas primeras páginas, entre el protagonista y el lector.

Y sin conexión es complicado identificarse.

Es curioso porque muchas de las críticas que he leído hablan de lo identificados que se sienten con el protagonista. Supongo que es comprensible cuando el pobre carga con la práctica totalidad de los problemas psicológicos propios que una persona de más de 40 años puede tener en la sociedad actual: un trabajo anodino, la falta absoluta de tiempo para vivir, una vida rutinaria que desemboca en un matrimonio fallido, la soledad de aquel que mira a la juventud con melancolía, la incapacidad de reaccionar, el miedo a reaccionar…

El argumento, más allá de la moraleja de auto-ayuda que destila, flaquea en momentos importantes donde la acción se torna poco creíble. Una primera parte que de tan triste y dramática resulta grotesca. Un desenlace que de biempensante y arregladito chirría con el tono gris negruzco del principio. Y un constante intento de mantener el suspense que termina volviéndose contra la propia historia. La vida son contrastes, sí, pero la escala de colores va más allá del negro suicida y del blanco felicísimo.

Eso sí, lejos de ser un mal libro se trata de una novela más que decente, bien escrita, bien estructurada, con algunos giros argumentales muy bien planteados y que en definitiva resulta fácil leer.

No os diré que vaya a ser la mejor obra que os leáis en la vida, pero merece la pena darle una oportunidad.

Nota: 6.5/10


Datos del libro:

Título: El bolígrafo de gel verde.
Autor: Eloy Moreno.
Editorial: Espasa
Enlace de compra: http://www.amazon.es/bol%C3%ADgrafo-gel-verde-Eloy-Moreno-ebook/dp/B0064SUW2S/ref=sr_1_1?ie=UTF8&qid=1383801674&sr=8-1&keywords=el+boligrafo+de+gel+verde

Crítica: jOBS

Si algo no merecía Steve Jobs, el creador junto con Steve Wozniak de una de las mayores empresas informáticas y desarrollador de dispositivos que han cambiado la forma de vivir de la humanidad, era un biopic tan condenadamente malo.

Y por malo me refiero a que reúne casi todos los defectos que una película biográfica puede tener: es lenta, sosa, carente de interés para el espectador que desconoce en profundidad la vida de Steve Jobs y condenadamente superficial para el que la conoce.

Lo único que salva a este infumable bodrio es que la caracterización de casi todos sus personajes es realmente buena. Y hasta aquí hemos llegado con las virtudes. Esto sería como decir que lo único bueno de Juego de Tronos estuviera en que Tyrion Lannister fuera, de hecho, enano.

En el trailer, condenado trailer que vendiste más humo del que ha vendido Apple con el iPhone 5S, uno albergaba la esperanza de encontrarse la historia dramática de la vida del emprendedor americano por excelencia que se hizo a sí mismo desde el garaje de sus padres y que construyó, destruyó y reconstruyó el mayor imperio comercial hasta la fecha. Se atisbaba ese duro enfrentamiento entre el sociópata que escondía Jobs y el genio inigualable capaz de hacer enloquecer a las masas.

Pero aquí sólo encontramos el repaso a saltos inconexos de la historia de su vida mezclada con las anécdotas más insulsas: paseamos por el Campus de la Universidad, su viaje a la India, la creación del Apple I y del Apple II, Lisa, Macintosh, la famosa frase al presidente de Pepsicola, etc. y entre tanto nos entretienen con escenas en consejos de administración o con Jobs descalzo paseando por su casa. Y todo como si de una triste y, lo que es peor, cutre, presentación de Power Point con la Times New Roman como fuente se tratase.

Vacía. Sin una lógica que haga entender las profundas contradicciones del personaje. Sin comprender hasta qué grado fue capaz de sortear sus limitaciones como ingeniero y convertirse en el mejor vendedor de productos de la historia. De su visión de la relación producto-consumidor. Su famoso discurso de Stanford.

Todo eso, que es en realidad lo que hace de Jobs un personaje histórico, no existe en la película.

A cambio, nos bombardean durante 2 horas con diálogos poco elaborados, escenas entrelazadas sin sentido y momentos soporíferos.

No, no es una película que esté a la altura del personaje.

Nota: 2/10

Crítíca: Efectos Secundarios

He visto ya unas cuantas películas de Soderbergh y los resultados han sido bastante dispares.

Desde la interesante Traffic hasta la que hoy nos ocupa, Efectos Secundarios, he disfrutado con la mayoría (la saga de Ocean’s siempre la he guardado en mi memoria) y he tenido que soportar alguna que otra: Solaris, infumable.

Efectos Secundarios (2013) es de las buenas, de las que te mantiene pegado a la butaca desde el minuto uno hasta el final. Retorcida, con giros argumentales muy poco previsibles, con actuaciones creíbles. Jude Law, Rooney Mara, Channing Tatum, hasta una decente Catherine Zeta-Jones, lo cual ya es mucho decir, forman parte de un elenco que dota de consistencia a la historia.

Una mujer que padece una profunda depresión acude a la consulta de un psiquiatra (Jude Law) para que la trate. Y lo mejor es que hasta ahí puedo contar. Todo lo demás forma parte de una intrincada historia de reflejos e ilusiones engañosas que sumergen al espectador en un coherente hilo donde nada de lo que parece ser resulta ser cierto.

Soderbergh es capaz de sorprender con rizos impensables en la historia sin por ello permitir que ésta pierda un ápice de credibilidad. Y dadas las circunstancias actuales, viendo cómo está el panorama cinematográfico en la actualidad, se agradece y mucho, muy de vez en cuando, poder disfrutar de un producto visual así.

Recomendada.

Nota: 7.5/10

Reseña: El color de la magia – Terry Pratchett

Algunos piratas conseguían la inmortalidad por sus grandes crueldades o proezas. Otros conseguían la inmortalidad gracias a la gran riqueza amasada. Pero el capitán había decidido mucho tiempo antes que quería alcanzar la inmortalidad por no haber muerto.

Y por fin me decidí a sumergirme en Mundodisco. No es la primera vez que leo a Pratchett ya que hace un par de años cayó en mis manos «Los pequeños hombres libres», que pertenece a la saga pero de una forma más tangencial y, por tanto, no era excesivamente necesario conocer la historia.

Con «El color de la magia» uno se mete de lleno en el mundo creado por Pratchett: Mundodisco, un disco sobre el que se asientan los continentes y que es soportado por cuatro elefantes a lomos de A’Tuin, una tortuga gigante que cruza el cosmos.

Su lectura se asemeja en muchos aspectos a una montaña rusa en constante movimiento. Rincewind pasa por ser un mago de tercera, que sólo conoce un hechizo y que fue expulsado de la escuela de magos por culpa de una travesura. Junto a él viajará Dosflores, un extraño «turista» de tierras lejanas que sólo busca verse inmerso en las aventuras que ha oído que suceden en la terrible y peligrosa Ankh-Morpork. Todo es una enorme y maravillosa broma. Son aventuras en parajes lejanos, con héroes y villanos, magos y extraños monstruos, pero en realidad es una genial sátira de esos mundos donde sólo existe el bien y el mal. Una broma que tiene gracia, casi siempre.

Pratchett es un escritor fantástico capaz de crear un inmenso e impresionante universo alrededor de personajes con carisma y mucho humor y aún así el Color de la Magia se me ha hecho en algunos momentos pesado. En su conjunto se trata de una lectura amena y divertida pero en determinados puntos de la historia la ironía no es capaz de sustentar el argumento y flaquea. Pierde fuerza, al menos desde mi punto de vista, cuando reitera la búsqueda de la sátira por encima de todo dejando un poco de lado la profundidad narrativa.

No obstante estamos hablando de una saga con una lista interminable de títulos y, para ser el primero, El Color de la Magia cumple muy bien su cometido.

Nota: 6/10

Crítica: Oblivion (2013)

Cuando por primera vez vi anunciar Oblivion tuve esa extraña contradicción que a veces surge cuando la fotografía te gusta pero el que sale en la foto no tanto.

Y no es que Tom Cruise no me haya convencido en muchos otros papeles (sobretodo haciendo de agente secreto), pero considero que la Ciencia Ficción se merece protagonistas de otro corte.

Oblivion (2013) es un fiel reflejo de lo que es la sociedad occidental de esta decena: empaquetado y listo para consumir.

No estoy diciendo en absoluto que sea una mala película pero sí que hay que asumir una serie de premisas básicas.

La primera es que a la ciencia ficción hollywoodiense cada vez le queda menos de ciencia. En 2017 ya estamos colonizando lunas de Saturno y planteándonos vivir allí (?) por poner un ejemplo. Y con esa sensación vas desenrollando el pergamino que te cuenta la historia postapocalíptica de una tierra sumida en el caos y la radiación. ¡Ay si Asimov levantase la cabeza!

La segunda es recordar a Matrix, Stargate, El Planeta de los Simios, Mad Max… y así vas contando una tras otra las referencias a películas que sí que trajeron algo diferente. Y digo referencias por no decir plagios descarados: hay un par de escenas que pasarían perfectamente por cortes de Independence Day.

El problema de la historia de Oblivion es ese, que ya nos la conocemos. Porque la fotografía y la banda sonora son casi perfectas, la ambientación cuidada, el grupo de actores impresiona (Morgan Freeman y Nikolaj Coster-Waldau entre otros)  y los efectos especiales muy conseguidos. Pero la película pierde demasiada fuerza con un argumento insulso, en algunos momentos poco creíble y en otros literalmente ridículo.

Cine en definitiva de consumo, como todo lo que se hace últimamente, de palomitas y refresco en la sala, de aventuras espaciales que busca en vano dejar un mensaje al final, terminando por liar la cosa todavía más.

No pasará a la historia aunque bienvenida es para alguna de las tardes soporíferas de verano.

Nota: 6/10

Crítica: El atlas de las nubes

Cuando vi por primera vez el primer trailer de El atlas de las nubes tuve la sensación de que prometía ser una buena propuesta cinematográfica. Muchas veces esa sensación falla y la película termina quedándose muy lejos de lo que aparentaba.

El atlas de las nubes no es uno de esos casos.

De la mano de los hermanos (ahora hermano y hermana) Andy y Lana Wachowski [Matrix], El atlas de las nubes es un auténtico sudoku hecho celuloide. La premisa es tan antigua como simple: nuestras vidas están interconectadas a lo largo del tiempo. Somos producto de acciones del pasado y nuestro presente determinará el futuro, no sólo nuestro, sino del resto de la humanidad.

Con esta idea la película nos sumerge en un sinfín de historias y de saltos temporales como hilos independientes en un telar. Conforme la película va avanzando estos hilos se van entretejiendo más y más hasta formar una casi perfecta estructura única: un trozo de tela que representa la suma de las vidas de los seres humanos.

Lo verdaderamente interesante de esta propuesta es ver a los mismos actores interpretando personajes atrás y adelante en el tiempo, como herederos de sus acciones pasadas, como creadores de futuros distintos. Mediante este artificio, los Wachowsky consiguen que el peso de la narración lo soporten simultáneamente varios actores en contextos completamente diferentes impidiendo que el espectador se mantenga contemplativo con la historia. Así que tenemos a un polifacético Tom Hanks, a Halle Berry, Jim Broadbent (éste está especialmente sublime en su interpretación),  Hugo Weaving, Jim Sturgess, y así un largo etc. interpretando papeles completamente antagónicos en momentos históricos distintos.

El argumento engancha con esas historias entrelazadas cuyo desenlace añade una crítica sutil a la cerrazón humana. A ese lobo que el hombre es para sí mismo. A la necesidad, en cualquier momento y en cualquier lugar, de la aparición de esos hombres y mujeres capaces de ver más allá de lo que la sociedad les impone, les dicta.

Un mensaje de esperanza embotellado en una excelente obra de entretenimiento con una fotografía de contrastes y una banda sonora que acopla a la perfección.

Recomendable para cualquiera de esas tardes de verano en las que una tormenta nos tuerce los planes.

Nota: 8/10

El hombre de acero que no termina de ser Superman

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Hay algo peor que una mala película y es una película que tiene todos los ingredientes para ser buena y, pese a eso, no lo consigue ser.

Cuando al ir a preparar la receta mágica del éxito te encuentras que tienes:

A Russell Crowe interpretando magistralmente a Jor-El, el padre biológico del protagonista.

A Kevin Costner haciendo más de lo mismo en el papel de Jonathan Kent.

A un menos conocido pero no falto de talento Henry Cavill encajando como un guante en el traje de Superman.

Una historia con la magia implícita de tratar sobre el super héroe por antonomasia.

Hans Zimmer, ese genio, encargado de ambientar musicalmente la obra.

Zack Snyder, el hombre que revolucionó el cine de acción con su recreación de la batalla de las Termópilas en 300, como director y a Christopher Nolan, que nos regaló a todos esa maravilla cinematográfica en forma de trilogía sobre Batman, como productor.

Y aún con todo esto, El Hombre de Acero (Man of Steel) decepciona.

¿Por qué?

La respuesta es sencilla: porque a la película le sobran cerca de 50 minutos de metraje. Nada más. Nada menos. Snyder se pierde en demasiadas ocasiones en una orgía de explosiones descomunales e imágenes impactantes y te obliga a desconectar de lo que verdaderamente importa: el dilema moral del héroe.

Porque al igual que en el Caballero Oscuro, en Man of Steel, aunque enterrado entre escombros de edificios hechos por ordenador, aparece titubeando el proceso de maduración que sufre el joven Clark. Os recomiendo enérgicamente que os leáis de cabo a rabo el artículo que publicaba Pedro Torrijos en JotDown.es titulado «Superman y la necesidad de la fe». 

Superman, el superhéroe, es mucho más que kilos de músculo y la capacidad de volar. Es un ser extraño en un mundo que le es ajeno. Rodeado de gente con la que no comparte herencia. Que lo aborrece, que le teme, que le envidia, que le odia. Y que pese a todo, él se empeña en salvar.

Un Jesucristo, salvando las obvias distancias, en forma de ser divino llegado de los cielos.

Toda esa lucha interna, esa indecisión, esa pérdida de identidad, aparece magistralmente en varias escenas de la película de Snyder. Luego ya llegan los malos y se dedican a destruir cosas sin parar. Minutos y minutos que no aportan nada a la historia, que se recrean en la capacidad técnica de los estudios gráficos pero que no añaden matices al protagonista en su camino hacia convertirse en la luz que guíe a la humanidad. 

Por eso el sabor que me ha dejado esta película es a partes iguales de tristeza y de esperanza.

Tristeza por percibir que podría haberse convertido en una grandísima película de no ser por el guión y, al menos desde mi punto de vista, por una errónea selección del villano de esta primera entrega.

Esperanza porque pese a todo hay tiempo para rectificar. Batman Begins no fue ni de lejos un exitazo ni la mejor de las tres películas de Nolan. Confiemos en que lo que esté por llegar en lo que al kriptoniano más famoso de los cómics se refiere supere a esta primera entrega.

El Gran Gatsby

Hay determinados elementos que guardan especial relevancia en la memoria de uno aún sin entender muy bien por qué.

Uno de esos elementos para mí es «El Gran Gatsby«. Recuerdo una cinta VHS en la estantería con el rótulo escrito por mi padre. Creo que era la primera de las adaptaciones, de 1949, en blanco y negro. Recuerdo también el libro, en inglés, haciéndole compañía a «El Guardián entre el centeno» y que aparecía de repente en una de esas veces que me daba por buscar algún libro en la biblioteca. Supongo que sería el tiempo en que mi padre estudiaba Literatura Norteamericana y, desde entonces, ese título, ese nombre, Gatsby, me ha sonado a viejo conocido, aún sin conocerlo.

Con la nueva adaptación cinematográfica de la novela de Scott Fitzgerald a cargo de Baz Luhrman tuve la excusa perfecta para sumergirme en el mundo de Jay Gatsby y lo que descubrí me gustó. Pero empecemos por el principio.

La historia

El Gran Gatsby (The Great Gatsby, F. Scott Fitzgerald, 1925) es un retrato de la opulencia económica de los años 20 en la costa este de los EE.UU. La bolsa había comenzado a dar sus frutos e ingentes cantidades de soñadores llegaban a Wall Street buscando fortuna. Entre ellos un joven e inocente Nick Carraway, el narrador de la historia. Se trata de un momento de convivencia entre las clases altas de la aristocracia americana y los nuevos ricos. Es además la época de la «Ley Seca». Una etapa de desenfreno, de ríos de alcohol fabricado en algún garaje y de libertinaje.

Jay Gatsby es un hombre hecho a sí mismo que aparece de la nada en el firmamento neoyorkino. Nadie conoce su pasado, nadie entiende más allá de lo que la fachada de su imponente mansión muestra, pero da lo mismo: ofrece las mejores fiestas fin de semana tras fin de semana y eso, en los años 20, es lo que importa.

Sin embargo por azares del destino un joven corredor de bolsa, nuestro narrador, Nick Carraway, comienza a vivir en una pequeña y destartalada casita que linda con la mansión de Gatsby. A partir de ahí dará comienzo una amistad que durará el resto de sus vidas.

Una historia de amor, de traición, de anhelos y de recuerdos de un pasado que jamás volverá son las notas musicales de esta melodía con ritmo de Jazz

La novela

Portada del libro.

Lo primero que hice, obviamente, fue leerme la novela.

Se trata de una novela intensa, corta pero completa y que no te deja indiferente al terminarla. A veces resulta inconexa y desconcertante, otras veces profunda, en algunos momentos adolece de cierta pausa pero que recupera con partes de un ritmo condenadamente endiablado.

Y es que más allá del amor y la traición, hay dos sensaciones que quedan como flotando en el aire justo en instante en el que terminas la novela: por un lado lo efímero de la fama, del dinero y del poder, elementos vacíos por ellos mismos que se desvanecen en el aire al menor giro inesperado de los acontecimientos, por otro, la tendencia tan humana a aferrarnos a un pasado que no existe pero que hemos idealizado hasta tal punto en nuestro interior que somos capaces de luchar contra imposibles por él.

Primera película: El Gran Gatsby (1974) – Jack Clayton

Redford y Farrow en una escena de El Gran Gatsby

Con la novela ya terminada lo siguiente fue ver una de las adaptaciones cinematográficas. En esta película, rodada en 1974 y protagonizada por dos miuras del celuloide: Robert Redford y Mía Farrow, partía con la desventaja de que soy carne de 1080p y las películas previas a los 80 (y algunas de esta década también) me cuesta mucho digerirlas.

No obstante, como adaptación pasa con nota la prueba. Se ciñe con bastante soltura a la novela de Fitzgerald y la elección del casting es bastante acertada.

Como película sin embargo, se queda bastante corta. Es plana, en muchos momentos hasta aburrida, el hilo conductor a veces resulta atropellado, saltándose momentos que son importantes para luego extenderse hasta el tedio en otras escenas de menor relevancia para la historia.

Al joven Redford, más ahora mirándolo con la perspectiva de Dicaprio, no le encaja el papel de Gatsby. Es un galán, de eso no hay duda, pero de esa mezcla de inocencia con despiadada sed de poder no hay ni rastro. No transmite esa lucha interior que sufre Gatsby a lo largo de su triste historia ni su mirada nos cuenta la melancolía de los días que ya no volverán.

Mía Farrow, en cambio, hace un papel decente. Tampoco es que el papel de la vacía Daisy Buchanan requiera un esfuerzo artístico considerable pero representa muy bien esa idiotez regada con el oro de la riqueza.

El resto del elenco también está bien. Especial mención para mí tiene George Wilson (Scott Wilson), el abuelo de The Walking Dead, que encaja casi a la perfección en la imagen de pobre infeliz y desgraciado que interpreta.

Segunda película: El Gran Gatsby (2013) – Baz Luhrmann

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Escena de El Gran Gatsby 2013

Por último le ha tocado el turno a la reciente estrenada versión de Luhrman. Cuando ves en el trailer que este señor ha dirigido «Romeo y Julieta» y «Moulin Rouge» te haces una idea de que lo que vas a ver se desvía de lo convencional.

Y así puede parecer por el juego de fuegos de artificio que usa en la primera parte de la película. Pero se trata de un espejismo. Este sí que es El Gran Gatsby. 

Para empezar Leonardo Dicaprio está, como últimamente en todo lo que le da por hacer, inmenso. Borda el papel. Él se cree a Jay Gatsby. A diferencia de Robert Redford, Dicaprio te enseña esa debilidad oculta en casi cada plano, con cada mirada. Sientes la necesidad de creer en su fachada de hombre por encima del bien y del mal pero no te lo terminas de creer del todo. Caes en el encantamiento que se construye sin entender por qué y para qué lo hace.

Tobey Maguire hace de Nick Carraway, el narrador y espectador de toda la acción, y no destaca especialmente, ni para bien ni para mal. Quizá alguien debería decirle que hay determinadas muecas que son innecesarias, pero no estorban en exceso, aunque para mi a ese actor el papel de Peter Parker le ha marcado demasiado.

Joe Edgerton interpreta al marido de Daisy, Tom Buchanan y es otro acierto enorme en la elección y posterior caracterización: es el vivo retrato del Buchanan de Fitzgerald.

Carey Mulligan fue la escogida para hacer de Daisy y, al igual que Mia Farrow, cumple. Y sé que cumple porque al acabar la película tengo la misma sensación, que no desvelaré, hacia ella que cuando terminé la novela.

Mucho se ha criticado a la película por la especial escenografía que le ha impreso Luhrmann, pero obviando lo innecesario de usar música rap en una historia ambientada en los años 20 y algunas escenas más propias del próximo videoclip de Rihanna que de una fiesta alocada a ritmo de Jazz, la realidad es que a mí me ha transmitido perfectamente esa idea del derroche desenfrenado que se vivió en esa época y que se terminó de golpe con la caída del 29. El montaje además, hace que la película no pierda ritmo donde su antecesora lo hace estrepitosamente.

Lo reconozco, me ha gustado bastante. 

Lo mejor: Leonardo Dicaprio.

Lo peor: Alguna de las canciones de su banda sonora.

Nota: 8/10

Y una cosa más: Lana del Rey en la banda sonora. Pura magia.