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Crítica: Sharp Objects (2018)

Cuando tras la deliciosa aunque brutal Animales Nocturnos supe de la existencia de una serie de HBO protagonizada por la irresistible Amy Adams, no lo dudé y me lancé a por ella.

Venía acompañada de una genial crítica y se decía de ella que mezclaba componentes de True Detective (la primera temporada, es decir, la buena), Mindhunter e incluso algo de Hereditary. Con estas referencias, la serie corría un alto riesgo de ser o bien una auténtica joya o un lamentable fiasco. 

Y lo cierto es que ha sido lo primero, o incluso mejor.

La serie

Sharp Objects (HBO, 2018), es una serie de 8 episodios de alrededor de una hora de duración que narra la historia de Camille Preaker, una joven periodista que vuelve a su pueblo natal a cubrir la noticia del asesinato de una niña y la posterior desparación de otra. 

Su regreso la llevará a rememorar su infancia y, con ella, los fantasmas que la llevan persiguiendo toda su vida. 

Así, Camille deberá, por un lado, tratar de desvelar qué y quién hay detrás de la muerte y desaparción de esas niñas, pero al mismo tiempo, por otro, lidiar con sus atormentados recuerdos. 

¿Por qué es tan buena?

Más allá de que la trama ya es interesante por sí misma, Sharp Objects destaca por un elemento clave en prácticamente cualquier obra audiovisual: su pluscuamperfecta forma de narrar la historia.

Los personajes que conforman el relato se van descubriendo, poco a poco, al ritmo que impone el discurrir de los acontecimientos. El entorno, un pequeño pueblo de Missouri, contribuye a asentar los cimientos de una narrativa opresora. La construcción de cada uno de ellos es inmensa, en especial la protagonista. En cada escena en la que ella aparece se esbozan las líneas que describen los rasgos de una persona torturada por su pasado y su propia mente.

Y junto a ella, el resto del elenco se suma en esta tétrica pero estéticamente maravillosa ópera, aportando los sonidos que terminan por conformar una melodía dramática, asfixiante, que sume al espectador en una lucha constante por desentrañar las miserias de cada uno de ellos. 

El desenlace no solo termina por redondear definitivamente el conjunto de la obra, sino que le añade un epílogo que enmudece al auditorio, que ya solo puede escuchar el zumbido de sus propios pensamientos. 

Una delicia en ocho bocados

Ya dicen que el mejor de los perfumes suele venir en frasco pequeño. Sucedió con True Detective, incluso con Westworld. Ocho horas de metraje que sirven a Jean-Marc Vallée para envolvernos en el sofocante pueblo de Wind Gap, en las miradas acusadoras de sus ciudadanos, en los monstruos que toda familia guarda en el armario. 

Ocho horas de luces y sombras proyectadas sobre la esencia misma del alma humana.

Muy recomendada.

Nota: 8/10

Esto no es una vida feliz

Cuando en 1928, el belga René Magritte comenzó su serie de cuadros bajo el título de «La traición de las imágenes» poco podía prever lo relevante e interesante que podía ser su mensaje noventa años después. 

De entre esa serie de cuadros, el más famoso es el que lleva el texto «Ceci n’est pas une pipe» (Esto no es una pipa) junto con la imagen de lo que, a todas luces, parece ser una pipa.

La traición de las imágenes de René Magritte

La intención del artista era mostrar la diferencia entre la representación gráfica de un objeto y el objeto en sí mismo y cómo dicha representación podría llevarnos a engaño.

Magritte y las redes sociales

Las redes sociales nacieron con un firme objetivo: interconectar a los ciudadanos del mundo mediante una plataforma que les permitiera comunicarse e intercambiar información. Sin embargo, tras años de constante evolución e integración nuestra vida diaria, su uso parece haber trascendido el propósito inicial. 

Ahora, plataformas como Facebook, Twitter o Instagram forman parte de una rutina diaria, son medio de comunicación, sistema de negocio, y, lo que resulta preocupante, fuente de infinidad de trastornos. 

Volviendo a Magritte, la clave de su cuadro reside en la interpretación. Todos los seres humanos interpretamos: disponemos de una serie de sentidos que nos conectan con el mundo real y, una vez obtenemos la información de éste, la evaluamos y actuamos en consecuencia. 

En esa interpretación nuestro cerebro puede proyectar sus experiencias, sus necesidades, sus miedos o sus intenciones y acortar la interpretación mediante atajos. En general, el mecanismo funciona bien porque nos ahorra esfuerzo cognitivo.

En cambio, con las redes sociales funciona rematadamente mal. 

En esta era de culto a la imagen, donde ese capitalismo con piel de cordero ha entrado silenciosa y definitivamente en nuestras vidas, la felicidad se ha convertido en un producto más.

Un producto que se puede comprar, que se puede vender y que, por descontado, se puede mostrar maquillado con cientos de filtros. 

Así, mediante esas redes sociales que buscaban acercar la cotidianidad a nuestras casas, hemos erigido monumentos a dioses malditos: a vidas felices momentáneas, a sonrisas estáticas, a miles de instantes capturados con la única e imperiosa necesidad de ser compartidos con el resto. 

¿Y por qué?

Concibo un doble objetivo en esta nueva forma de vida. En esta nueva necesidad de capturarlo todo para poder publicarlo en una plataforma virtual. El primero, evidente por fundamental, es que sirve de alimento para nuestro ego enfermo. Crecimos anestesiados por una cultura que orbita entorno a vidas de anuncio y nos hemos convencido de lo necesario de formar parte del cuadro. La única forma de demostrarnos que es así es haciendo que nuestro grupo social de referencia lo crea. De ahí esa necesidad de que nuestra foto, nuestro vídeo, nuestro «momento», reciba miles de visitas, cientos de «likes». Buscamos la aprobación del resto. Que nos digan, aunque sea indirectamente, que sí, que es verdad, que somos verdaderamente felices.

El otro es consecuencia del primero. Consideramos esa visión reducida de la vida de los demás como único elemento interpretativo de sus vidas. Ya no nos interesan sus historias, ya no resulta tan atrayente una tarde tomando un café y resolviendo los problemas del mundo, las experiencias ya no son algo que se experimente. Ahora todo se consume y, como buenos voyeurs de la felicidad ajena, devoramos el producto que otros nos pretenden vender.

Lo hacemos porque lo empleamos como regla sobre la que medir nuestra propia felicidad. Y en ese juego con el que le hacemos trampas a nuestro cerebro, comenzamos a vivir la vida a través de los demás.

Esto no es una vida feliz

Porque no lo es. 

Porque lo que son esas cientos de miles de fotografías de personas disfrutando de sus mejores vacaciones, sus momentos únicos e inolvidables una y otra vez, sus historias irrepetibles, no son vidas felices.

Son una pipa dibujada en forma de sonrisa y momento único y un mensaje que debería retumbarnos en la cabeza cada vez que las vemos: «ce n’est pas une vie heureuse»

Esto no es una vida feliz.

Qué es y qué no es la psicología positiva

En los últimos tiempos, coincidiendo con el auge de las redes sociales, se ha puesto de moda el publicar artículos y frases de carácter motivacional dándoles la etiqueta de Psicología Positiva.

El problema, como suele pasar casi siempre, es que lo que inicialmente podría ser considerado como tal, ha ido poco a poco degenerando y alejándose de su utilidad inicial.

¿Qué es la psicología positiva?

La psicología positiva fue definida por Seligman (1999) como el estudio científico de las experiencias positivas, los rasgos individuales positivos, las instituciones que facilitan su desarrollo y los programas que ayudan a mejorar la calidad de vida de los individuos, mientras previene o reduce la incidencia de la psicopatología.

Es decir, viene a ser el estudio científico de las fortalezas y virtudes humanas, las cuales permiten adoptar una perspectiva más abierta respecto al potencial humano, sus motivaciones y capacidades.

De modo que tenemos que la psicología positiva es el estudio de las fortalezas del ser humano en su búsqueda de la felicidad, pero en ningún sitio de esta definición se indica que la psicología deba ignorar o descartar los problemas reales de las personas, también debe centrarse en las debilidades. Así que no dice que debamos sacar de la ecuación de la felicidad a la tristeza. 

¿Cómo diferenciar lo que es psicología positiva y lo que no?

La psicología positiva debe darte las herramientas para lidiar con el día a día y enfrentarte con garantías a todas aquellas situaciones que pueden poner en riesgo nuestra estabilidad emocional. Debe centrarse en conceptos como la resiliencia, la empatía o la gestión de las emociones. 

La psicología positiva no es un mensaje mágico que cambia las cosas y las convierte en buenas por el mero hecho de leerlo.

La psicología positiva no elimina de nuestra vida, de nuestro entorno, aquellas cosas que nos desestabilizan, que nos entristecen, sino que nos propone aceptarlas, entenderlas y lidiar con ellas. 

Hay que empezar a alejarse del mensaje de lo que llamo yo la dictadura del optimismo impostado. No tenemos que ser felices por decreto. Nuestra vida no es peor porque hayamos tenido un mal día o estemos en medio de una mala racha. La felicidad no es un objetivo a tachar de una lista de tareas y que, de no alcanzarse, seremos un fracaso como personas.

Y ese es precisamente uno de los grandes daños colaterales de la dictadura del optimismo y la imagen impostada: el fracaso ha sido desterrado de nuestra vida en las redes sociales. Todo lo que nos rodea son casos de éxito, casos de personas que gozan de las mieles del objetivo de ser felices. Y eso termina por generar un sesgo positivista en nuestra cabeza: si todo lo que vemos en nuestras redes sociales son personas felices, exitosas, cumpliendo sueños… ¿somos nosotros unos fracasados por no estar en esa posición? Evidentemente no.

El fracaso forma parte de nuestro aprendizaje. La tristeza es indisoluble de la alegría, es una emoción tan necesaria como las demás. Debemos entender que ser feliz es una decisión y no un estado de ánimo y, a partir de ahí, construir un mensaje nuestro, a medida, que nos permita desarrollarnos como personas.

Aléjate de los mensajes para todo y céntrate en los mensajes para ti

Que una imagen graciosa nos saque una sonrisa de buena mañana es algo maravilloso.

Pensar en que por ver esa imagen vamos a tener un día genial y que, de no tenerlo, nuestra vida es un fracaso, es terrible.

Así que al final todo se reduce a alejarnos de las imágenes que maquillan una realidad que no existe, que nos dicen cómo tenemos que pensar, cómo tenemos que sentir. Alejarnos de representaciones de vidas pasadas por miles de filtros para mostrar una perfección ficticia. Abraza tus imperfecciones. Si los lunes no nos gustan, no pasa absolutamente nada. Hagamos por centrarnos en escucharnos a nosotros mismos, a nuestras necesidades, a nuestro entorno más cercano. Aprendamos a querernos con nuestras luces pero también con nuestras sombras y estaremos en posición de entender la verdadera felicidad, la que no es un destino, sino el camino. 

 

Crítica: Un monstruo viene a verme (2016)

Hoy os traigo un combo de uno de los fenómenos audiovisuales de los últimos meses: crítica y reseña de Un Monstruo viene a verme.

La novela

No siempre hay un bueno. Ni siempre hay un malo. Casi todo el mundo está en algún punto intermedio.

Primero empezaré por la novela, de Patrick Ness, que cayó en mis manos a raíz de la publicidad que estaba teniendo la película.

Argumento

Un Monstruo viene a verme es una novela relativamente corta (rondará las 200 páginas) acerca de la vida de Connor O’Malley. Connor es un joven británico de 11 años que vive una compleja situación: su madre está enferma y sobre él ha recaído la pesada carga de sobrellevar el día a día. Su situación en el colegio no es mucho mejor, lo cual contribuye a dotar a su realidad de una neblina de pesimismo y tristeza.

Inmerso en esa lucha diaria con su madre, Connor sufre noche tras noche una pesadilla que se repite y que trastorna hasta lo más profundo de su alma. Sus miedos condesados en su inconsciente.

Y de repente, en medio de una de esas tormentosas pesadillas, aparece un monstruo.

Ness juega brillantemente con el equilibrio entre lo real y lo imaginario, entre realidad y sueño, para dotar al monstruo de una fina capa de realismo. No es un monstruo común, no se trata de una aparición cualquiera, propia de nuestros miedos infantiles, de los cuentos de la abuela. El monstruo representa algo mucho más profundo. Y es, precisamente, el simbolismo que rodea a ese personaje, lo que imprime en la novela una fuerza considerable.

Es la relación entre Connor y ese monstruo sobre la que Ness cimienta el desarrollo de la narración. Sus largas conversaciones, las historias que el monstruo utiliza como parábolas, ayudan a perfilar la relación maestro-discípulo, el proceso de iniciación. Porque si de algo va esta historia es, fundamentalmente, del paso de la niñez a la edad adulta. De la comprensión acerca de la vida misma cuando las nubes de la infancia se despejan. Cuando se abre el camino hacia la verdad absoluta.

Junto con esto, la novela profundiza en otro aspecto crucial: la relación niño-adulto. Y lo hace desde la perspectiva del niño, de aquel que empieza a comprender pero no le dejan. De un mundo que previene a los niños que no son tan niños de todo contacto con la realidad con tal de protegerlos. O más bien sobreprotegerlos.

Personajes

Conor O’Malley. Protagonista indiscutible. Niño no tan niño pero demasiado niño para ser adulto. Aprenderá demasiado pronto la realidad de la vida misma, de sus dificultades, pero con ello también aprenderá el verdadero significado de amor incondicional. La verdad que esconde en su corazón, la que le atenaza el alma, será la que finalmente le libere y le abra las puertas a la edad adulta.

El Monstruo. El símbolo. El árbol sobre el que las ramas de la historia crecen. Es el catalizador de Conor, la brújula que le indica el norte en la senda hacia a la adultez. Su existencia no queda del todo bien definida dotándole de esa atmósfera de misticismo: ¿es una ilusión? ¿un delirio? ¿una consecuencia? O realmente existe y todos tenemos ese monstruo dentro de nosotros.

La madre de Conor. A pesar de ser un personaje secundario, tiene un papel tan fundamental en la historia como el propio Conor. Es el yang, la cara amarga de la historia. Está enferma y sufre por dos: por ella y por su hijo. Es la relación entre ella y Conor la que dice más en menos.

La abuela y el padre de Conor. Representan, junto con sus compañeros de colegio, el exterior, el entorno de Conor. Algunos opresivos, otros amigables pero distantes y algunos incluso violentos. Es el día a día al que se tiene que enfrentar Conor.

Sensaciones

A veces las joyas literarias vienen envueltas en largas novelas de una saga épica que queda escrita para la eternidad. A veces, como es el caso, son pequeñas historias que tienen mucho más detrás de lo que a primera vista parece.

Un monstruo viene a verme es más que la historia de los problemas de un niño de 11 años y de su madre enferma. Induce a la reflexión acerca de la propia vida. De cuándo y cómo dejamos de sentirnos niños, invencibles, eternos, para comprender la realidad de nuestra existencia. Cuando nos enfrentamos cara a cara a la crueldad de la vida, cuando miramos a los ojos a la injusticia y entendemos que no hay juez que la imparta, que no podemos buscar justificar el dolor porque forma parte inherente de la propia existencia.

Pero también habla de esperanza, de amor y de futuro. Habla de los dos lados de esa moneda que cada mañana lanzamos al aire esperando lo mejor de ella.

E historias así, merecen la pena ser leídas.

Nota: 7/10

La película

Adaptación

Juan Antonio Bayona hace una adaptación de la novela de Ness prácticamente perfecta. No hay peros. Y mira que resulta complicado cuando estamos hablando del paso al celuloide de cualquier obra literaria. La película sigue con milimétrica brillantez la línea argumental de la novela. Especial mención para las escenas que reproducen las historias contadas por el monstruo, de una belleza espectacular.

Interpretación

Si algo importaba a la hora de elegir el elenco, sin ningún género de dudas, era quien iba a interpretar al pequeño Conor O’Malley. La elección de Lewis MacDougall me parece acertadísima. Si la película convence es gracias a su irreprochable actuación.

Junto a él, Felicity Jones en el papel de madre y una fantástica Sigorney Weaver en el de abuela, conforman el reparto principal de la película. Todos con un nivel notable.

Mención a parte tiene el papel del monstruo. Una majestuosa animación en tres dimensiones cuyos dos elementos fundamentales son sus ojos y su boca. La expresividad del monstruo está fuera de toda duda. Y eso lo hace creíble. Tan creíble que el vínculo que une al monstruo y al pequeño Conor se agiganta en cada escena.

Banda sonora y fotografía

Si a todo lo dicho le añadimos una banda sonora que arranca de la piel los pelos para convertirlos en verdaderas escarpias.

Y si además jugamos con escenas pintadas en acuarela, animaciones preciosistas y un juego de luces y sombras durante toda la película, a uno no le queda otra cosa más que rendirse ante la magnífica obra de Bayona.

Sensaciones

La película es un ejemplo maravilloso de como llevar al cine una historia y hacerla todavía más grande. La magia del cine es esta: la de convertir en realidad nuestra imaginación. Si para mi El Orfanato era una obra maestra del cine de terror, Un monstruo viene a verme es una auténtica piedra preciosa del drama. De esas películas que uno sale con el sabor agridulce que dan las historias que no tienen vencedores ni vencidos, en las que no hay buenos y malos.

Porque, y esto es los verdaderamente importante, en la vida real, no los hay.

¿A qué estás esperando para ir a verla?

Nota: 8/10

Mi experiencia Konmari

Hace unos días, cosas de pasearse un sábado por la mañana por el centro de Valencia y sus librerías, terminé leyendo el libro de Marie Kondo: La magia del orden.
En él, la escritora/asesora japonesa nos expone su método, el método Konmari, para organizar nuestro entorno.

Su sistema se basa, principalmente, en eliminar todo aquello por lo que no sintamos una verdadera relación de necesidad o de conexión. Aunque pueda parecer un poco alternativa la idea, se trata de un concepto que bien explicado tiene mucho sentido.

Así, Kondo nos propone una interesante idea centrada en el objetivo de reducir al máximo el número de cosas que almacenamos. Junto con otros pequeños trucos de organización, su propuesta fundamental pasa por ordenar todo de una vez, y sólo mantener con nosotros aquellos objetos por los que se nos despierte algo al tenerlos entre las manos.

Qué he aprendido

Pese a lo peculiar del planteamiento, durante estos días de organización global me he dado cuenta de la cantidad increíble de objetos que mantenemos con nosotros excusándonos en el por si acaso o en el me sabe mal tirarlo, está nuevo. Aplicando el método konmari, me he deshecho (y no es coña) de más de 8 bolsas de basura llenas de ropa y de otras tantas de objetos innecesarios y papeleo redundante.

Aprender a eliminar de nuestra vida aquello verdaderamente superfluo, que no aporta nada, y que sólo coge polvo, ha resultado ser una actividad reveladora que me ha permitido aplicarla, no sólo a cosas tan sencillas como la ropa, sino a otros elementos tanto físicos como mentales de carácter más emocional.

Lo positivo del método

  • Fundamentalmente su sencillez. Hablamos de un método que se aplica sin que se requiera nada especial, salvo tiempo.
  • Su universalidad. Vale tanto para la cocina como para el baño. Para nuestra vida en casa como en el trabajo. Para nuestros papeles de estudio como para el correo electrónico.
  • Su vertiente psicológica. Hay un componente fundamental en el proceso que tiene mucho más que ver con nuestra mente que con nuestro entorno físico. Cuando nos decidimos por tirar algo, en algunas ocasiones, liberamos de nuestra mochila vital el peso de ese objeto y su historia. Es un ejercicio de purificación y «reseteo» de la mente muy positivo.
  • El resultado final. Una vez llegamos al punto en el que tenemos todo nuestro alrededor organizado y limpio, nuestra vida, nuestra rutina, recibe un soplo de aire fresco que nos carga de energía positiva desde buena mañana.

Lo negativo del método

  • Se trata de un método costoso. Aunque, aparentemente, parece sencillo, limpiar y organizar toda la casa lleva mucho tiempo y mucha energía. Hablamos de un esfuerzo físico importante que nos dejará exhaustos por varios días.
  • También sufriremos agotamiento mental. Se produce, paralelamente al cansancio físico, un desgaste mental producido por varios aspectos: tenerlo todo desorganizado antes de poder empezar, que el proceso se empiece a eternizar, etc.

Mis recomendaciones

A pesar de que el resultado final es incuestionable y la sensación de estar viviendo en un entorno organizado, limpio y que sigue un criterio claro de orden, es muy positiva; aplicar el Método Konmari cuesta lo suyo. Así que aquí tenéis algunas recomendaciones:
1. Paciencia: es fundamental que os carguéis de paciencia desde el primer día.
2. Todo listo: tened a mano todo lo que vayáis a necesitar, desde los utensilios de limpieza, cajas para organizar, bolsas de basura, etc., hasta el sitio donde ir dejando cada cosa.
3. Youtube: En internet y, especialmente, en Youtube, tenéis miles de vídeos con información acerca de este método, y otros similares, que os van a ser de gran ayuda a la hora de aplicarlo.

Resulta fundamental que se entienda que el verdadero motivo de tener un entorno organizado es que reflejará nuestro interior. Cuanto más limpio, simple y ordenado tengamos nuestra casa, tanto así tendremos nuestra cabecita.

El síndrome de Diógenes digital: un breve análisis.

Qué es el Síndrome de Diógenes

El síndrome de Diógenes es un trastorno del comportamiento que afecta, por lo general, a personas de avanzada edad que viven solas. Se caracteriza por el total abandono personal y social, así como por el aislamiento voluntario en el propio hogar y la acumulación en él de grandes cantidades de basura y desperdicios domésticos. [Fuente: Wikipedia España]

Quién era Diógenes

Diógenes de Sínope, también llamado Diógenes el Cínico, fue un filósofo griego perteneciente a la escuela cínica. Nació en Sínope, una colonia jonia del mar Negro, hacia el 412 a. C. Vivió como un vagabundo en las calles de Atenas, convirtiendo la pobreza extrema en una virtud. Se dice que vivía en una tinaja, en lugar de una casa, y que de día caminaba por las calles con una lámpara encendida diciendo que “buscaba hombres” (honestos). Sus únicas pertenencias eran: un manto, un zurrón, un báculo y un cuenco.

La escuela cínica consideraba que la civilización y su forma de vida era un mal en sí mismo y Diógenes de Sinope llevó hasta el extremo las ideas del fundador de esta filosofía, Antístenes. Lejos de lo que hoy se entiende por cinismo (tendencia a no creer en la sinceridad o bondad humana y a expresar esta actitud mediante la ironía y el sarcasmo), las ideas de Antístenes buscaban alcanzar la felicidad deshaciéndose de todo lo superfluo. Así, este discípulo directo de Sócrates se retiró a las afueras de Atenas para vivir bajo sus propias leyes, sin obedecer a las convenciones sociales. No obstante, fue su aventajado discípulo, Diógenes, quien hizo célebre su obra a través de la indigencia más absoluta.

El principio de su filosofía consiste en denunciar por todas partes lo convencional y oponer a ello su naturaleza. El sabio debe tender a liberarse de sus deseos y reducir al mínimo sus necesidades.

Síntomas del síndrome

Básicamente los síntomas están relacionados con cuadros depresivos y, en especial, con la sensación de soledad. Así, las personas que lo padecen, sufren de un marcado aislamiento social, llegando a recluirse en el propio hogar y a desatender la limpieza del mismo y toda higiene personal.

Directamente relacionado con esto último está la tendencia a acumular cualquier tipo de cosas por considerar que, de algún modo, tienen o tendrán alguna utilidad. De ahí que se le conozca como Síndrome de Diógenes por entrar en directa contraposición con las ideas del filósofo griego.

Su analogía digital

Quedaos con esta última idea: acumular cualquier tipo de cosas y haced una reflexión. ¿Cuántos archivos tenéis ahora mismo en vuestro ordenador personal cuya utilidad es dudosa y que, acumuláis por las más variopintas de las razones?

Lo que yo considero el Síndrome de Diógenes digital es una extensión del trastorno original que nos lleva a acumular cantidades increíbles de archivos de todo tipo justificando su almacenamiento por motivos de utilidad, valor emocional o por su posible futuro uso.

Este síndrome se manifiesta en forma de carpetas abarrotadas de archivos (de difícil organización), descargas masivas de distintos tipos de ficheros, miles de fotos sin clasificar sin un sistema claro de ordenación, etc.

Consecuencias

Para mi, hay dos grandes problemas directamente relacionados con padecer este síndrome:

El primero es de carácter organizativo. Resulta tremendamente complicado gestionar tales cantidades de información con lo que se termina por emplear distintos sistemas de organización (o tal vez ninguno). Esto lleva a ralentizar más que agilizar todos los procesos: tanto a nivel de hardware del sistema, puesto que a nuestro PC le cuesta más trabajar cuanto más abarrotado esté todo, como a nivel de usuario: ¿cuántas veces hemos perdido la noción del tiempo buscando, con la seguridad de que sabemos que está por algún lado, ese o aquel archivo?

El segundo está directamente relacionado con la psicología del usuario. Tamaña cantidad de datos repercute negativamente en la forma que el usuario se relaciona con el ordenador. Por un lado, porque no estamos preparados cognitivamente para gestionar tantas categorías, tantas etiquetas, tantos sistemas de archivos, por lo que, cuando entramos en un sistema que padece Diógenes, la sensación mental que se nos produce es de rechazo. Por otro lado, se genera también cierta ansiedad cuando disponemos de mucha cantidad de contenido sin visualizar (películas, series, libros, música) y no tenemos el tiempo suficiente para hacerlo.

Consejos para superarlo

Be simple

Al final un ordenador no es más que una habitación más, una casa más, un carpesano más. Es decir: es un contenedor de información, de objetos, con el que interactuamos. Cuanto más simple sea, cuanto mejor estructurado esté, más fácil será para nosotros trabajar con él.

Aquí tenéis algunos consejos en función de cada tipo de archivo.

Películas y música

Estos suelen ser los más pesados (en cuanto a tamaño) y los que más ansiedad generan.
Descargamos (legal o ilegalmente) decenas de películas, de series completas que, por falta de tiempo, se quedan esperando a ser vistas.

El problema es cuando acumulamos tantas que se hace impracticable su organización y, lo que es peor, su visualizado.

Decide: coge la carpeta o carpetas donde tengas las películas y las series y elimina aquello que no te genere ganas reales de ver en ese mismo instante. Frases como «bueno, no tiene mala pinta, aunque ver ahora esta adaptación koreana de la obra de Shakespeare, no me termina mucho» son indicadores claros de objetos a eliminar. Quédate sólo con aquellas películas y series que vas a ver en el corto plazo. Las demás, ya las conseguirás más adelante.

Un caso similar sucede con la música: aquello que no has escuchado, que no has grabado en CD o has pasado al reproductor de MP3, y que sigue sin apetecerte escuchar, difícilmente lo vas a escuchar en un futuro. ¡A la papelera!

Aplicaciones

Con las aplicaciones es más sencillo actuar. Las almacenamos muchas veces por desidia, porque instalamos el programa y nos olvidamos del instalable.

¿Qué sentido tiene que todavía guardes el instalador de la versión 6 de Photoshop que te bajaste hace 2 años?
¿O esa versión beta del Winamp del 98?

Todo lo que no tenga una utilidad directa y real (o que no puedas conseguir fácilmente), a la basura.

En realidad, yo te diría que lo borrases todo salvo los 3 o 4 programas imprescindibles para cualquier instalación básica: Paquete ofimático, reproductor de Vídeo/música y poca cosa más.

Documentos

Aquí haz dos distinciones.

  • Los documentos personales: Que al final son los que realmente necesitas almacenar: estructura un buen sistema de carpetas organizándolos en categorías simples y de fácil acceso.
  • Los documentos no personales: guías, licencias, PDFs, etc. A la basura.

Fotografías

Aquí llegamos a la madre del cordero. Esto es, sin ningún género de dudas, lo más complicado de gestionar. Desde la invención de la fotografía digital, carpetas y carpetas con fotos y fotos, abarrotan nuestros ordenadores. Con la ya manida frase «tu echa fotos, total, son gratis», nos encontramos con carpetas del cumpleaños de tu prima de hace 3 años, con más de 200 fotos sin clasificar.

A eso súmale los vídeos.

Se que lo que te voy a decir no te va a gustar, pero debes empezar a limpiar. Esto es como guardar 300 o 400 álbumes de fotos. Los guardas por su «valor sentimental» pero sabes (o más bien sabemos, tú y yo) que pocos o ninguno van a salir del estante donde están cogiendo polvo.

Dedícate a borrar todo aquello que no te genere una sensación positiva y, para la próxima, si vuelves de la comunión de tu sobrina con 600 fotos, haz el esfuerzo de seleccionar ese día o al día siguiente, sólo aquellas que verdaderamente merezcan la pena.

Ve a lo sencillo, practica el minimalismo

Prueba a jugar al juego de mantener a raya la «suciedad» digital. Si te bajas una foto para enviarla por correo, bórrala de tu disco duro. Cada elemento que se cruza en nuestra vida tiene un objetivo en ella, una vez cumplido, déjalo ir.

Si mantienes esa idea en la cabeza, con un poco de suerte, dentro de un tiempo, no tendrás una carpeta con 400 películas que no vas a ver jamás.

Reseña: Martes con mi viejo profesor – Mitch Albom

«Una vez que sepas cómo morir, sabras cómo vivir.» Morrie Schwartz

De vez en cuando, a veces por casualidad y otras veces porque alguien lo pone en tus manos, terminas perdiéndote entre las líneas de un libro que tiene un sabor especial.

Martes con viejo profesor es uno de esos libros.

La Historia

Esta novela autobiográfica está escrita por Mitch Albom y relata los encuentros de éste con su antiguo profesor de universidad Morrie Schwartz.

Tras graduarse, Mitch le promete a su profesor mantener el contacto, pero su dedicación al trabajo pronto hace que se olvide de su promesa.

Dieciséis años después, Mitch ve a su antiguo profesor salir por la televisión en un programa de máxima audiencia: tiene ELA, una enfermedad sin cura.

A partir de ahí decide retomar el contacto con él y tratar de recuperar el tiempo perdido.
La novela cuenta cada uno de los encuentros (siempre los martes) entre el alumno y el profesor y sus charlas acerca de los grandes aspectos de la vida humana.

Los Personajes

Mitch Albom: Conductor de la historia. Es el ciudadano de a pie, con el que el lector probablemente se sienta más identificado. Se trata del catalizador, del elemento que nos permite a nosotros convertirnos también en alumnos del profesor Schwartz y aprender mientras la historia se desarrolla.

Morrie Schwartz: Protagonista fundamental de la novela. Es el maestro, el mentor. El alma bondadosa y sabia que se tiene que enfrentar con la terrible noticia de una muerte anunciada. El tiempo que le resta lo decide pasar transmitiendo aquello que la vida y la experiencia le han enseñado.

Mi opinión

Nadie puede negar que Martes con mi viejo profesor se trata de un libro de autoayuda (o cuanto poco de ensayo filosófico) al estilo de, por ejemplo, El Alquimista de Coelho. Así, en ambos, es una historia narrada la que hace de hilo conductor y de la que se sirve el escritor para transmitirnos sus ideas acerca de temas trascendentales.

Sin embargo esta novela está francamente mejor que el libro del brasileño.

Tanto en El Alquimista como en otros muchos libros de los considerados de autoayuda, uno se encuentra pronto con los hilos de la marioneta artificial que pretenden vendernos. Y al descubrir la explicación al truco, el prestidigitador queda en evidencia. En el libro de Mitch Albom, la voz de una persona real, con sus problemas reales, que se enfrenta a un final por el que todos hemos de terminar pasando, resuena con el potente eco que proporciona nuestra relación con la muerte.

En esta novela no hay tanto artificio, tanta solución mágica y maravillosa, tanto camino hacia ninguna parte que nos lleve, de forma milagrosa, a descubrir nuestro potencial. Aquí, Morrie Schwartz se dedica exclusivamente a enseñarnos, a base de arrancar capas de superficialidad a nuestra existencia, que el ser humano viene a la vida para vivir. Y por sencillo y simplista que parezca, muchas veces nos olvidamos.

Cegados en esa carrera por obtener cada vez más cosas, ser cada vez más grandes y llegar cada vez más alto, olvidamos nuestra verdadera razón de ser. Lo que nos hace únicos y, a la postre, nos termina convirtiendo en eternos: nuestra capacidad de amar.

Es el amor el motor del ser humano, la verdadera quintaesencia de su existencia, su mayor don. Sólo una vida en la que hayamos amado, en la que nos hayamos sentido amados y en la que terminemos amando las cosas que hacemos, es una vida plena.

Conclusiones

Martes con mi viejo profesor es una novela corta y de lectura fácil a la que merece la pena dedicar un par de ratitos cualquier tarde de verano si, con ello, nos hace reflexionar acerca de los temas que de verdad importan.

Nota: 7/10

Esto no es una pipa

Esto no es una pipa.

Así reza el título de este cuadro del pintor surrealista René Magritte [Wikipedia.es]. Lo realmente interesante de esta imagen es su significado. Obviamente la mayoría de nosotros, antes de leer el texto, vemos claramente una pipa.

Sin embargo, si nos paramos un momento a pensar un poco más, llegaremos a la conclusión de que en realidad lo que vemos no es una pipa, sino una representación de ella. En verdad son miles de píxeles en nuestro ordenador que reproducen algo que se asemeja a lo que en nuestro cerebro es una pipa y, automáticamente, asignamos esa referencia a lo que estamos viendo. Pero esta imagen no se puede tocar, no se puede fumar, no se puede oler. No es, en definitiva, una pipa.

Más allá de las connotaciones psicológicas desde el punto de vista semántico de las representaciones icónicas, lo que me interesa extraer de esta imagen es su analogía con las actuales formas de interacción social a través de las redes.

Pese a que en muchos casos resulta evidente la distancia que hay entre lo que vemos publicado y lo que realmente sucede (más si cabe en personas de nuestro entorno más cercano), la sociedad parece moverse hacia interacciones basadas en representaciones de la realidad más que en la realidad propiamente dicha.

La necesidad de mostrar al mundo una imagen de bienestar

La necesidad de mostrar al mundo una imagen de bienestar por encima del propio bienestar.

Así nos preocupamos de mostrar una imagen social que se relacione con situaciones de bienestar (ya sea económico, de salud, de estatus, de belleza, etc.) alejándonos del fin en si mismo: el propio bienestar. Aunque resulte terriblemente paradójico, las redes sociales están alimentando ese enfoque hacia la manipulación de la realidad, en lugar de sentar las bases de una comunicación ubicua y potenciar las relaciones de proximidad. Y además se trata de una comunicación en los dos sentidos que se realimenta: el que visualiza el contenido forma parte activamente de este juego de marionetas fomentando y reforzando estas actitudes cuando interactúa con el emisor.

Es complicado predecir cuál será el futuro de estas redes sociales que giran entorno al culto a la imagen. Lo que es innegable es la influencia negativa que pueden llegar a tener, tanto para el creador de los contenidos, que siente la necesidad imperiosa de transformar su realidad para vender una imagen de éxito, convirtiéndose así en un yonki de la aceptación social y poniendo su felicidad en manos de miles de desconocidos, como para el receptor, que en sus anhelos por parecerse al emisor, sufrirá de la frustración por considerar su realidad alejada de lo que le vende la imagen manipulada que está viendo.

Trabajemos en grupo

Conviene reparar en un hecho fundamental e inherente a nuestra especie, su marcada condición social. Es sorprendente que al final de la cadena evolutiva encontremos un organismo que nace altamente indefenso y cuyos sentidos distan mucho de estar maduros y operantes.

Para muchos, esta circunstancia es una seña indudable de que la riqueza de nuestra especie no reside en las capacidades individuales sino en la facultad de cooperar y trabajar en grupo.

(Tomasello, 1999; Vygotski y Luria, 1930/1993).

Y es así como podremos construir un mundo mejor. Cuando entendamos que ya desde nuestra tierna infancia nuestros genes, nuestra herencia, nuestro legado de miles de años de presencia en la Tierra, de millones de años de lenta y constante evolución, nos han llevado a asimilar la cooperación y la interacción social como los pilares fundamentales sobre los que asentar el desarrollo humano.

Me gusta pensar que dentro de algunos años la humanidad haya sido capaz de alcanzar su cenit evolutivo, sorteando los obstáculos autoimpuestos por las propias sociedades y haya podido encontrar el camino hacia un mundo totalmente interconectado fundamentado en el equilibrio de fuerzas, en el respeto y en la suma.

Sé que tal vez es un pensamiento demasiado optimista, más si cabe en los tiempos que corren en los que son más los que se empeñan en restar y en mirar hacia otro lado que en construir proyectos de sociedades nuevos y adaptados a los nuevos tiempos.

Pero soñar, otro de los grandes pasos evolutivos de nuestra querida humanidad, es gratis. ¿verdad?

La música en nuestra vida

En un día a día como el nuestro en el que, ya alejados de la necesidad de buscar alimento para sobrevivir, nos toca lidiar con batallas con un contenido psicológico mayor, hoy me gustaría hacer especial hincapié en **la importancia que tiene la música en nuestro equilibrio mental. **

Nuestro oído es importante

Desde un punto de vista psicofisiológico, el oído es el más cualificado de los estímulos sensoriales, aportando un 50% de información al cerebro.

Además, sabemos que existe una relación entre la interpretación que nuestro cerebro hace de una pieza musical basándose en su sistema de referencia y la posterior liberación de hormonas relacionadas con el bienestar como es la dopamina.

Ayuda a nuestro equilibrio interior

Se dice muchas veces que siempre hay una canción para cada estado de ánimo. Nuestro cerebro, a través del aprendizaje, es capaz de relacionar determinados patrones musicales con estados de ánimo. Si armonizamos nuestro actual estado emocional con lo que estamos escuchando nos sentiremos reconfortados: de ahí aquello de que cuando estamos tristes nos apetece escuchar canciones tristes.

Pero además podemos influir en él, actuando con la música sobre las emociones y moldeándolas. En momentos de estados emocionales relacionados con la tristeza, escuchar una canción que nos guste (y que, por ejemplo, sea alegre) puede motivar un cambio de nuestro estado de ánimo.

Úsa la música como catalizador y como motivador

La motivación es el combustible que nos permite afrontar nuestros desafíos, alcanzar cotas más altas, proponernos nuevas metas, etc. Una buena selección musical, adaptada en cada momento a las necesidades de nuestra tarea, nos va a insuflar un extra de motivación a veces tan necesario cuando nos enfrentamos con trabajos desagradables o complejos.

De esta forma, estudios demuestran que hay una relación electroquímica entre escuchar música que nos resulta agradable y la liberación de dopamina: un potente neurotransmisor con, entre otras, relación directa con la actividad motora, la motivación, el sueño o el humor.

La atención y la música

Pero cuidado con pasarse. Pese a que está demostrado que podemos mantener la atención en diferentes estímulos de forma simultánea, no es menos cierto que nuestras capacidades atencionales son limitadas. Así que debemos asegurarnos de escoger adecuadamente lo que escuchamos para no interferir con la tarea principal.

Música suave, clásica o con BPM (Beats per minute) bajos son estupendas para tareas con una complejidad media, mientras que para tareas complejas yo no recomendaría nada que no fuera instrumental y a un volumen relativamente bajo.

Para actividades que requieran menos atención, como por ejemplo el ejercicio físico, el abanico de posibilidades se amplia, siendo aquellas canciones de ritmos alegres, a partir de 120 BPM, ideales para motivarse en la práctica deportiva.

Estudio y música

No soy excesivamente partidario de estudiar con música. El silencio es la mejor forma de enfocar por completo nuestros esfuerzos en aquello que estamos estudiando. No obstante, para tareas que requieren un esfuerzo cognitivo menor no es una mala compañera de viaje. Así, si hoy te toca revisar los apuntes, hacer ejercicios simples, preparar el material o alguna tarea sencilla, la música puede ser un ingrediente más para despertar tu motivación.

La música es una parte inherente a nuestra vida

Ya nuestros antepasados entendieron que la música formaba parte del ser humano y su cultura, desarrollando instrumentos musicales y componiendo piezas desde el albor de los tiempos modernos. Así, la música nos ha acompñado de una forma u otra en nuestro caminar por este planeta, siendo partícipe de nuestros avances evolutivos y convirtiéndose en un pilar fundametal de nuestra cultura y nuestra historia.

Ahora, después de todo esto, sólo te queda darle al play a tu reproductor y escuchar tu tema favorito.

Lecturas recomendadas: Psicología de la música y emoción musical (Josefa Lacárcel Moreno, Universidad de Murcia)