Cuando tras la deliciosa aunque brutal Animales Nocturnos supe de la existencia de una serie de HBO protagonizada por la irresistible Amy Adams, no lo dudé y me lancé a por ella.
Venía acompañada de una genial crítica y se decía de ella que mezclaba componentes de True Detective (la primera temporada, es decir, la buena), Mindhunter e incluso algo de Hereditary. Con estas referencias, la serie corría un alto riesgo de ser o bien una auténtica joya o un lamentable fiasco.
Y lo cierto es que ha sido lo primero, o incluso mejor.
La serie
Sharp Objects (HBO, 2018), es una serie de 8 episodios de alrededor de una hora de duración que narra la historia de Camille Preaker, una joven periodista que vuelve a su pueblo natal a cubrir la noticia del asesinato de una niña y la posterior desparación de otra.
Su regreso la llevará a rememorar su infancia y, con ella, los fantasmas que la llevan persiguiendo toda su vida.
Así, Camille deberá, por un lado, tratar de desvelar qué y quién hay detrás de la muerte y desaparción de esas niñas, pero al mismo tiempo, por otro, lidiar con sus atormentados recuerdos.
¿Por qué es tan buena?
Más allá de que la trama ya es interesante por sí misma, Sharp Objects destaca por un elemento clave en prácticamente cualquier obra audiovisual: su pluscuamperfecta forma de narrar la historia.
Los personajes que conforman el relato se van descubriendo, poco a poco, al ritmo que impone el discurrir de los acontecimientos. El entorno, un pequeño pueblo de Missouri, contribuye a asentar los cimientos de una narrativa opresora. La construcción de cada uno de ellos es inmensa, en especial la protagonista. En cada escena en la que ella aparece se esbozan las líneas que describen los rasgos de una persona torturada por su pasado y su propia mente.
Y junto a ella, el resto del elenco se suma en esta tétrica pero estéticamente maravillosa ópera, aportando los sonidos que terminan por conformar una melodía dramática, asfixiante, que sume al espectador en una lucha constante por desentrañar las miserias de cada uno de ellos.
El desenlace no solo termina por redondear definitivamente el conjunto de la obra, sino que le añade un epílogo que enmudece al auditorio, que ya solo puede escuchar el zumbido de sus propios pensamientos.
Una delicia en ocho bocados
Ya dicen que el mejor de los perfumes suele venir en frasco pequeño. Sucedió con True Detective, incluso con Westworld. Ocho horas de metraje que sirven a Jean-Marc Vallée para envolvernos en el sofocante pueblo de Wind Gap, en las miradas acusadoras de sus ciudadanos, en los monstruos que toda familia guarda en el armario.
Ocho horas de luces y sombras proyectadas sobre la esencia misma del alma humana.
Muy recomendada.
Nota: 8/10