Han pasado ya unos meses desde que un mediodía de risas, comiendo en un bar de Picassent, a tres amigos de toda la vida se nos ocurrió una idea.
Después de estos meses de reuniones, de papeles, de nervios por el concurso al que presentamos a nuestra pequeña, de planificar, de hacer, de diseñar, de cambiar, parece que la cosa está empezando a crecer, muy despacito, a fuego lento, como se hacen las buenas comidas.
Y es ahora cuando veo que nuestra mayor razón para ser optimistas con el futuro no es la propia idea en sí y sus posibilidades. Nuestra mayor fuerza, nuestro mayor argumento somos nosotros mismos. Cada día que alguno de mis compañeros de aventura me muestra un avance, un detalle, una idea, está soplando sobre las velas que dirigen nuestra expedición.
Cada vez que avanzamos, que esta criaturita sigue creciendo, confío más en las capacidades de mis compañeros, confío más en este equipo y en su fuerza natural. En esa mezcla de características y personalidades que pueden llevarnos a construir algo único.
Y es este equipo mi mayor razón para ser optimista. Para creer en el futuro.
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