Nos despertamos y casi desde ese mismo instante nuestro entorno nos bombardea:

– Los anuncios nos dicen qué consumir.

– Los diarios nos dicen qué pensar.

– La radio nos dice qué bailar.

– La gente nos dice qué está bien, qué esperan de nosotros.

Vivimos en una sociedad donde todo está enlatado y prefabricado para ser directamente consumido. Donde la realidad viene impuesta por modas que nacen en algún despacho y que asimilamos como nuestras. Donde la voz autorizada no es sino el murmullo de decenas de miradas agazapadas.

¿Dónde radica nuestra libertad?

La libertad surge de nuestra visceralidad, de nuestra capacidad de hacer, decir, comprar, bailar, escribir lo que nos rote de los santos innombrables «a pesar» del mundo.

Y entrecomillo a pesar porque esto es lo fundamental: a pesar de ellos, de los que son iguales, gotas idénticas en un mar movido por la inercia, de los que escriben lo que es políticamente correcto, de los que nos dicen qué hacer porque así se sienten importantes. El miedo a lo diferente les hace señalar aquello que no entienden.

Así que ríe, haz, grita, compra, escribe, siente y baila al son que marque tu estómago.

Ese es el camino hacia la libertad.