Todo sucede rápido, tan sumamente rápido que el cerebro tiene poca capacidad de reacción.
Y aún así reacciona. Trata de usar todos sus conocimientos y su inconsciente mecanismo de supervivencia para protegerte, para sacarte de esa situación.
Ocurre en décimas de segundo. Pero existe una de esas décimas en las que el cerebro saca una terrible conclusión: no va a ser capaz de hacer más.
Y así deja de analizar posibilidades y se prepara para reducir al máximo el daño.
Los seres humanos somos así en todos los aspectos de la vida. Cuando vemos que la situación nos supera, cuando entendemos que no está en nuestra mano el poder hacer nada más, surge en nosotros el mecanismo innato que trata de reducir al máximo el impacto de aquello que nos pueda herir.
Felizmente, en este caso, todo quedó en un bendito susto.
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