Hace unos cuantos meses decidí tomar una decisión extraña. Digo extraña porque en principio se apartaba un poco de lo que normalmente se espera que uno haga: decidí volver a matricularme en la universidad y, además, hacerlo en un área que poco o nada tenía que ver con la actividad profesional que desarrollo.
Se trataba de algo personal, algo conmigo mismo, sin nadie más involucrado. Una especie de autocompromiso
Lo complicado de este tipo de compromisos es que no tienes a nadie que alcance a entender por completo el por qué de ellos. Es difícil de comprender la razón que hay detrás de emplear tu tiempo libre, el que ya honradamente te ganas dedicando más de 8 horas de tu vida diaria, en seguir esforzándote en un objetivo distinto, alejado de lo que normalmente haces, alejado incluso de lo que se presupone que debería gustarte.
Ha habido gente que se ha cuestionado los motivos, que incluso ha pensado que eran más locura transitoria que verdadero compromiso con uno mismo. También los ha habido que han llegado a ridiculizar, si no menospreciar, lo complejo del desafío. No han logrado entender el verdadero por qué.
Siempre he pensado en la vida como si de una carretera se tratase en la que, pese a sostener el volante del coche, no tienes ni idea de qué dirección puede tomar el camino. Nuestra capacidad de control es tan reducida que hay momentos en los que uno no sabe si va o viene, si se acerca o se aleja, o, en muchos casos, si realmente hay un destino al que dirigirse.
Han pasado ya más de 8 meses desde que tomé esa decisión y he llegado a la primera de las paradas. Echando la vista atrás he disfrutado como un enano de esta experiencia que me ha llevado a terminar con éxito el primer curso del Grado en Psicología a través de la UNED. Ha sido un viaje excitante, un viaje de descubrimiento interior, de cambios, de enfoques distintos.
Por primera vez en mi vida he encontrado que la verdadera motivación, la que funciona, al menos la que me funciona a mí, es la que he establecido conmigo mismo, delimitando mis metas con la única recompensa de mi propia satisfacción y entendiendo que la magia está en saborear cada paso del camino.
Sólo me ha costado 30 años descubrirlo.
A por la siguiente estación.
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